martes 19 de marzo de 2024

El niño interior

Sanando la infancia para una adultez madura y plena.

domingo 08 de octubre de 2017
"Love", de Alexander Milov

                “Vuela bajo, porque abajo está la verdad” cantaba Facundo Cabral.

 

Cuando nos calmamos, es la oportunidad de volar bajito y allí están nuestras emociones sentidas, auténticas, obvias y casi imperceptibles. Ellas son el hábitat donde vive nuestra niña y nuestro niño interior.

Recuerdo que el día del niño, a la tarde disfrute de los placeres cotidianos de la vida, me di tiempo, me di permiso, me di a mí. A la noche, nos juntamos con varios amigos a ver teatro y cenar. Y entrada la madrugada, nos quedamos con mis amigos Guillermo Peano y Marisa Lemos y nos pusimos a hablar de nuestros niños interiores y si realmente tomamos en cuenta estos aspectos.

Nuestro niño interior es el responsable de nuestra alegría de vivir, es nuestro niño libre que se expresa con soltura y nos llena de vitalidad cuando conectamos con él, es parte de nuestro Verdadero Yo. Sin ese contacto vivimos muy serios, preocupados y perdemos todo lo relacionado con lo placentero, el disfrute, el sentido de la vida.

Por experiencias traumáticas en nuestra infancia, por la cultura que reprime, la educación que domestica y limita, el niño real que somos, se ve forzado a adaptarse pasivamente, y crecemos con un Yo Falso, y nuestro niño interior queda herido. Allí reside todo lo que nos afectó de manera explícita o sutilmente y no pudimos expresarlo. Los tesoros del auténtico Yo infantil son sepultados, escondidos, reprimidos y vamos creciendo, haciéndonos adultos y la racionalidad, la negatividad, la pre-ocupación, la ansiedad, sustituyen a la curiosidad, la espontaneidad, la confianza, el entusiasmo por la vida que traíamos al nacer.

Y nuestros niños heridos siempre están presentes en nuestra vida adulta, por ejemplo expresándose en la dependencia emocional (necesito pareja, sin ti me muero, el otro sin mí no puede), buscando ser aceptado, estando siempre al servicio de los demás, dando más de lo que se recibe, quejándose de continuo, esperando siempre el momento oportuno para actuar, dejando para después, teniendo temor de decir y hacer por no dañar o miedo a la crítica, siempre culposos, huyendo de los conflictos, todo es sacrificio y obligación, el miedo es su principal emoción,  son los niños heridos sumisos. También están los que transgreden continuamente, les cuesta respetar los límites (ya sean propios o de los demás), viven la vida como una lucha, una carrera, siempre hay alguien a quien ganar, criticar, desvalorizar, la ansiedad es parte de su vida, viven para afuera, creando conflictos, los culpables son siempre los otros (ellos siempre tienen la razón), confunden la persistencia con la testarudez, el pedir con exigir, el enojo es su principal emoción, son los eternos niños heridos caprichosos y rebeldes.

    Son estas heridas infantiles que nos imposibilitan mantener relaciones íntimas saludables con los demás. Y es importante saber que es posible sanar nuestra alma infantil. Lo que no es viable es cambiar nuestra historia, pero si verla con ojos nuevos y conectar con las emociones que quedaron atascadas, ya que siguen estando en nuestro presente. En su libro “El drama del niño dotado” la psicoanalista francesa Alice Miller describe este proceso de sanación de nuestro niño interior:

“Si una persona es capaz…de sentir que de niño no fue nunca amado  por lo que realmente era, sino por sus logros, sus éxitos y sus buenas cualidades, y que sacrificó su infancia por ese amor, padecerá una profunda conmoción, pero algún día deseará poner fin a semejante amor. Descubrirá entonces en sí mismo la necesidad de vivir de acuerdo con su verdadero yo y ya no se sentirá forzado a conquistar un amor que en el fondo no puede satisfacerlo, puesto que está destinado a un yo falso al que ahora ha empezado a renunciar.” 

Todo proceso de sanación comienza con una actitud de humildad, de reconocer que no estoy bien, que necesito ayuda y no un “salvador milagroso”, que hay esperanza, y que voy a requerir renunciar a viejos patrones, conductas, hábitos, relaciones y expectativas que tenía sobre mi vida, la de los demás y el mundo. Como dice Miller “…padeceré una profunda conmoción”, tendré que permitirme entrar en crisis y conectar con todo lo reprimido. En vez de gastar tanta energía en controlar lo que siento o a los demás, en alimentar culpas, enojos, rencores o buscar explicaciones, racionalizaciones (porqué, porqué, porqué), excusas y justificaciones, es necesario tomar la decisión y hacerme consciente de mi continuo escape y repetición, y conectar realmente con lo que siento, y darle espacio, dejar crecer ese sentimiento en mi interior, me dará miedo, pero igual permanecer en él, tolerarlo, tener confianza. 

Darme cuenta de la resistencia que tengo a sentir profundamente y ver qué hay detrás de toda esa coraza, de esa tristeza, de ese enojo, de esa actividad incesante, de esa necesidad de aceptación, de ese miedo a soltar. Somos tan mentales, que de seguro nos invadirán millones de pensamientos, pero hay que dejarlos ir, y conectarse con la sensación, porque la racionalización es nuestra manera habitual de evadirnos y bloquear lo que sentimos.  

El sentir nos hace vulnerables, y así es como se siente nuestro niño interior. Y desde el adulto que somos le daremos la contención necesaria, el afecto que falto, la guía y confianza que estuvo ausente y el espacio para llorar y sanar las heridas. Y así caerá nuestro “Falso yo”, para darle nacimiento  a nuestro “Verdadero Yo”, que coincide con el Niño Libre, que dice lo que siente y piensa, que se valora a sí mismo, y no mendiga afecto, ni tiene miedo al Amor y se entrega. 

El niño libre es nuestro aspecto espontáneo, auténtico, que no tiene vergüenza de ser quien es porque se conoce, y se anima a correr riesgos, a expresarse,  acepta la incertidumbre de la vida, los cambios,  tolera que le digan que no, y ser rechazado, porque solo el auto-rechazo es lo que daña realmente. Puede adaptarse a las circunstancias, puede ceder o puede decir no y transgredir amorosamente, pero  desde el dictado de su propio corazón, de su sentir, respetándose a sí mismo primero. 

Cuando vivo desde mi niño interior acepto las pérdidas de la vida, que no todo salga como quiero, y me permito la tristeza, y no dejo de mirar el Sol, que me ilumina y da calor y siento la alegría que brota de mi interior por el simple hecho de estar vivo y ser partícipe del juego de la vida. 

Manteniendo viva mi curiosidad, el entusiasmo por la aventura, la sensación de asombro, el contacto con lo placentero, atreverme a equivocarme y salirme de la rutina, tomar y soltar, y la firme idea que me merezco ser feliz, que la vida no busca castigarme, solo que aprenda algunas lecciones, para madurar y acceder a la sabiduría del sabio que es inocente y fresca como los niños/as, pero no infantil ni ingenua.     

“Es el Niño quien recibe el secreto primordial de la Naturaleza

y es el niño que hay en nosotros a quien regresamos.

El niño interior es lo bastante simple y osado

como para vivir el Secreto.” Chuang Tsu 

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