sábado 27 de abril de 2024

Carta de lectores

Que nunca se silencien las sirenas

Con todas mis hijas el paso de una sirena se convierte en un lapso en cualquier tipo de actividad o conversación, siempre el paso de una ambulancia con la sirena encendida o el sonido de la alarma del vecino cuartel de bomberos son un llamado a la atención.

martes 26 de marzo de 2024
Que nunca se silencien las sirenas
Foto: ilustrativa.
Foto: ilustrativa.

Alvar Puente

Dni: 25.115.569

 

Con todas mis hijas el paso de una sirena se convierte en un lapso en cualquier tipo de actividad o conversación, siempre el paso de una ambulancia con la sirena encendida o el sonido de la alarma del vecino cuartel de bomberos son un llamado a la atención. Sin duda es lo que se pretende y quizás socialmente ya se ha naturalizado y de a poco va perdiendo importancia, nunca fue así en mi caso, desde pequeñas mis niñas saben que las sirenas significan que alguien está en problemas o tiene algún tipo de urgencia, desde chiquitas ellas son conscientes de la presencia del “otro” y saben que una sirena significa que alguien necesita ayuda y hay alguien que va a su encuentro.

Lo que todavía no comprenden, porque son chiquitas, es que ese alguien es el estado en alguna de sus formas, el auto de la policía, la ambulancia del hospital, el camión de bomberos, etc. En general las sirenas simbolizan a un estado presente y ayudando al prójimo.

Antes del 31 de julio del 2021 con mi hija mayor, Nina, siempre que sonaba la sirena de los bomberos nos mirabamos y nos decíamos que alguien la estaba pasando mal, que ojalá los bomberos llegaran pronto, nunca imaginé que esa sirena del cuartel sonaría alguna vez por nosotros. Una fría mañana de un sábado de invierno me tocaría levantar a mi hija de 6 años, ya sin respirar, del piso escarchado de la calle frente a mi casa, tras aplastarla accidentalmente con la camioneta.

Después del apagado grito el tiempo se convirtió en algo incomprensible para mi por los proximos 15 dias, los primeros instantes, eternos, desesperantes, infinitos fueron de una soledad difícilmente explicable, no puede haber momento más aplastante que alzar a un propio hijo muerto en brazos, un pedazo de mi mismo se quedó en ese instante para siempre…, pero la vida me daria una segunda oportunidad y en cuanto la deposité un una pila de hojas rastrilladas días atrás esa dulce criatura, con todos sus huesitos molidos y a pesar de sus pulmones aplastados decidió tomar aire y luchar por su vida, y con ella y junto a un estado presente y a un grupo de guerreros de la medicina pública salimos todos adelante.

Como les decia, entre el momento del accidente y la primer bocanada de vida el tiempo se hizo eterno y la sensacion de soledad se hizo agónica, pero no estabamos solos, porque había vecinos, y había a quien llamar y en pocos minutos llegó la policía, con pocos recursos pero con vocación de servicio y al rato esa sirena de bomberos que siempre nos llamaba a la empatía y a la reflexión nos los trajo a nuestra puerta y con ellos vino el primer aliento, porque en los minutos de espera los pequeños pulmones se fueron llenando de sangre y cada vez se le hacía más difícil respirar, las bocanadas cada vez eran más cortas y de a poco su ya castigada vocecita se iba haciendo cada vez más imperceptible, pero los bomberos de Ruca Cura trajeron oxígeno, y esa fue la primera de una serie de victorias que fui festejando en mi interior. Ya con la cabeza más clara y a sabiendas del protocolo de que solo la ambulancia del hospital puede trasladar víctimas de esa gravedad solo me quedaba esperar que recorrieran con celeridad los 11km que separaban nuestra casa del nosocomio, el panorama que le había deletreado al vecino para transmitir al servicio de emergencias era claro, aplastamiento abdominal, seguro fractura de pelvis y neumotórax, con esas características no podían dudar de la gravedad del accidente asi que no se podían tardar…,.en ese momento todo me pareció eterno pero a la postre la celeridad con la que llegó la ambulancia hoy por hoy la considero un hecho inexplicable, si no fuera por el mérito y la vocación de esos médicos, paramédicos y choferes diría que la rapidez con la que llegaron fue un milagro.

Mi corazón clamó por segunda vez de alegría y agradecimiento, llegó la ambulancia!!!!, hasta entonces Nina había estado solo en mis brazos, y solo ante los médicos del hospital publico entregué la responsabilidad de la vida de mi hija.

Eran tiempos de Covid y con esa excusa no me dejaron ingresar a la ambulancia, siempre pensé que fue un acto de compasión hacia mí en el caso de que las cosas se complicaran en el traslado. A mi me subieron a un patrullero y fuimos adelante, nuevamente esas sirenas que tanto dicen de la la presencia de un estado que cuida de sus ciudadanos fueron abriéndonos camino por una ruta ya colapsada de autos. Desde mi frio asiento de plástico del patrullero fui todo el camino con la vista clavada en el movimiento de la ambulancia que nos seguía de cerca en una vertiginosa persecución, en mis adentros solo pedía que no hubiera tumulto en el interior, que la doctora no se incorporase súbitamente, eso significaría que la condición de Nina habría empeorado, pero no, no ocurrió, con toda su fortaleza y en buenas manos resistió el viaje y llegamos a ese viejo edificio que se mantiene inmutable para mi desde mi infancia, ese bastión del cuidado de Bariloche que resiste todos los embates del tiempo y de los devenires políticos de nuestra ciudad, ese que en los 90 parecía sitiado por la medicina privada, ese que resiste la mercantilización de los laboratorios y de las prepagas, ese que aguanta los cambios y esta siempre para el que lo necesita, ese que respeta la voluntad de las madres de dar a luz sin cesáreas programadas, ese que tiene cuidados paliativos y pabellón psiquiátrico y ese, el único en la región, que cuenta con una terapia intensiva pediátrica, ese viejo hospital que nunca se rinde…

Ese viejo edificio, que representa la sabiduría y la vocación de los que lo resguardan, nos abrió las puertas y nos cuidó como si fuéramos su familia. Y sin darnos cuenta nos convertimos en familia, porque el que acompaña a un internado en terapia intensiva se muda ahí adentro, y te cuidan tanto como a la víctima, y en agradecimiento los convertís en tu familia. Transitamos todos juntos, médicos, residentes, enfermeras y enfermeros, cirujanos y celadores, los dolores, los sustos y las alegrias de la milagrosa recuperación de Nina.

Ahora con el paso del tiempo y la inquebrantable salud de mi hija quizás no pondero en detalle todo lo ocurrido durante esos días, las cirugías, las rotaciones de los médicos, las complicaciones, los cambios de medicación, las dudas y reservas sobre el pronóstico, lo que mas recuerdo es el trato profesional y respetuoso de absolutamente todos. Lo que sí sé es que nunca se me habló de costos, de dinero, de recursos o de limitantes, nunca nadie se quejó de sus condiciones de trabajo o de sus magros sueldos, y eso que todavía estábamos bajo el mazazo del cover y todo parecía una trinchera. Todo lo que vi fue pasión por la profesión, voluntad de ayudar al prójimo y mucho profesionalismo, todo ello merecedor de mi agradecimiento infinito.

Desde siempre mi punto de vista ideológico fue que en toda sociedad que se precie debe haber un estado presente, no necesariamente paternalista pero sí que sirva para las balancear las desigualdades, que ayude a los más necesitados y sobre todas las cosas que llene todos aquellos vacíos que los individuos y los modelos van dejando abandonados, que defienda a las diversidades y que levante la voz por las minorías o por aquellos que la han perdido, por eso asistí a la universidad pública, por eso milité en ella, por eso decidí traer a dos de mis hijas en el sistema público y por eso mando a mis hijas a la escuela pública, sin embargo nunca antes necesité con tanta urgencia la presencia del estado como esa fría mañana de un 31 de julio.

Pero como con todo, el tiempo es mezquino y nos hace olvidarnos un poco de que solos no somos nadie cuando estamos en necesidad y la rutina te va alejando de aquellos que nos cuidan, dando por hecho como un derecho propio que salgan en nuestro auxilio cuando los necesitamos. 

En mi caso mi comunión con un estado presente y en particular con la salud pública tuvo una segunda mañana fria en mi vida, esta de un carácter menos dramático pero no menos intenso, mi tercer hija, una fría mañana de noviembre, decidió salir intempestivamente del tibio confort de un cálido embarazo para caer en mis manos en una banquina del lago Gutierrez tras un acelerado parto que terminó en el interior de un clio con mi segunda hija, entonces de añito y medio, sentada en la butaca para niños en el asiento de atrás y con los ojos exorbitados mientras su batalladora mamá daba a luz ahí mismo. De todas las posibilidades esa era de las unicas que no habíamos barajado y perdimos por unos instantes el timón de las cosas, sin embargo por estas cosas de la vida justo a nuestro lado pasó un patrullero (siempre la policia me produjo un poquito de resquemor, ya no…), acto seguido los estábamos persiguiendo para que nos asistan y un poco sorprendidos y con lagañas en los ojos no dudaron en ponerse manos a la obra y como otrora me hallé inmerso en una vertiginosa persecución por las rutas de Bariloche precedido por las sirenas que tanto dicen cada vez que las escucho. Y otra vez más salió a nuestro encuentro una ambulancia del hospital público y nuevamente les entregué lo mas importante de todo, la salud de mis seres más queridos.

No hace falta decir que a esta altura del partido no solo sigo apoyando a la medicina publica, a la educación pública, abogando por un estado presente sino que me atrevo a decir que si no fuera por todos aquellos que trabajan en él con vocación y amor yo no sería el mismo, mis hijas no serían las hermosuras sanas y felices que son y por sobre todas las cosas todos nosotros como sociedad seríamos menos de lo que somos. Gracias a todos ellos somos mejores indudablemente.

Porque PUBLICO no es sinónimo de ineficiente como nos están queriendo inculcar ahora, publico significa que es de TODOS, y eso no puede estar mal, eso no debe desaparecer, al contrario, debe florecer, debe ser nuevamente ponderado y puesto en valor! Sino, qué sería de nosotros si perdiéramos a aquellos cuya vocación es cuidarnos?

Que nunca se silencien las sirenas.

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