viernes 26 de abril de 2024

Entre Filosofía y Psicología: el gran engaño es que no hay engaño

La columna de Nahuel Michalski.

sábado 09 de mayo de 2020
Entre Filosofía y Psicología: el gran engaño es que no hay engaño

Por Nahuel Michalski

El título del presente artículo es de por sí paradójico, casi un oxímoron, una contradicción en términos. ¿Qué queremos decir cuando planteamos que “el gran engaño es que no hay engaño? Una forma sencilla de responder al acertijo sería a partir de una inversión en sus términos como la que sigue. Reemplacemos en la oración dada la partícula “no hay engaño” por su equivalente semántico “hay verdad”, es decir, afirmar que no se nos está engañando equivale generalmente para nosotros a aceptar que se nos está presentando la verdad. Al hacer esto obtendremos entonces que la expresión “el engaño es que no hay engaño” puede reescribirse como sigue: “el engaño es que hay verdad”. De este modo caemos en algo que nos llama poderosamente la atención por su connotación paradójica. Se nos presenta una contradicción moral y lingüística pero que al mismo tiempo la podemos entender y la podemos pensar racionalmente.

Y si hoy podemos hablar de contradicciones reales que se pueden pensar racionalmente es porque atrás nuestro estuvo Hegel para precisamente facilitarnos con su filosofía esa tarea. A él le debemos la célebre frase en su Filosofía del Derecho (1820) en la que señala que “todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Claro, lo cierto es que para Hegel dentro de lo real está ya incluida la contradicción. De aquí que la contradicción sea entonces algo real y pensable. Gracias Hegel. Pero lo dicho puede sonar aún un poco confuso o dificultoso de entender para nosotros que hemos sido educados y construidos como sujetos platónico-aristotélicos, es decir, como personas que rendimos culto a la linealidad y previsión de las situaciones de la vida, la transparencia moral, los grandes ideales e imperativos, las “esencias fundamentales” y sobre todo a la “coherencia” lógica e intelectual.

Es decir, para nosotros resulta complejo escapar de nuestra ya conocida y clásica concepción del engaño como ocultamiento de la verdad. Siquiera concebir como posible y pensable que el engaño no sea el ocultamiento de la verdad sino la verdad misma nos resulta una quimera ininteligible o pura pedantería. Pongamos entonces un ejemplo por el cual se nos facilite la captación de en qué sentido la presentación de la verdad puede ser ya el engaño en sí mismo y qué relación guarda esto con la conducta obsesionada y las formas en las que el poder nos podría manipular. La expresión coloquial por la cual se nos sugiere “que no le busquemos la quinta pata al gato” puede ayudar en la tarea de comprensión en la medida que permite descifrar en qué consiste la contradicción indicada de que “el engaño es que no hay engaño” o, lo que es igual, que “el engaño es ya la verdad misma” o incluso lo que sucede “cuando la mentira es la verdad”; como nos reza la célebre canción ¿Qué Ves? de Divididos. Dicho refrán popular señala lo que en el campo de la psicología sería una característica fundamental del sujeto obsesivo, es decir, el sujeto anclado a una idea tan fija como posiblemente ilusoria.

Buscar la quinta pata al gato, es decir, “la verdad” que estaría escondida bajo la superficie de lo que se ve, sería precisamente el rasgo distintivo de este tipo de sujeto. Ahora bien, para que dicha obsesión tenga lugar, y para que se repita en la forma patológica de la constante sospecha acerca de todo, se debe cumplir un singular fenómeno previo que es, de hecho, su mismísima condición de posibilidad, a saber: el sujeto obsesionado precisa creer de antemano en la existencia efectiva de esa verdad que busca (la quinta pata del gato, por ejemplo). A esta “verdad real y excesiva” que supuestamente estaría lista para ser descubierta por el sujeto, Lacan la denominó “Objeto a”, e indicó que era la causa del deseo obsesionado. En otras palabras, creer de antemano que hay efectivamente una quinta pata del gato “más verdadera”, “más real”, “más esencial” tiene que ver con el deseo anticipado de que así sea. El deseo genera entonces en el obsesivo la convicción previa acerca de dicha existencia de una verdad (la quinta pata) detrás de la mentira (el mero gato).

En este sentido, para el sujeto obsesionado activado por su deseo, resulta que tal “existencia de trasfondo” es merecedora de ser develada, arrancada del estado de ocultamiento, en pos de descubrirla, codificarla, dominarla e integrarla y eludir de este modo el engaño del que resultaría víctima si aceptara “la mera superficie” inmediata de la cuestión. En otras palabras, el sujeto obsesivo se sentirá engañado, inseguro e incierto, mientras que no sea capaz de develar esa presunta “realidad más real” escondida detrás de lo que inmediatamente percibe y que, paradójicamente, él ya ha colocado allí inconsciente y anticipadamente con su deseo.

En esto consiste entonces el curioso fenómeno obsesivo, en que dicha “realidad más real” no necesariamente existe en sí misma sino que es presupuesta de antemano por la mente del mismísimo sujeto que la está elucubrando. La base de su obsesión es entonces y precisamente esta creencia relacionada con su deseo de “no ser engañado”. El elemento ilusorio en todo esto es, claro está, que en su creer anticipadamente en la existencia de ese “algo por descubrir” lo que en verdad hizo el sujeto fue crearlo como existencia posible para luego arrojarse al proceso de descubrirla e interpretarla.

Ésta paradoja propia de la mente obsesiva es el profundo y visionario sentido de la advertencia de Nietzsche en su texto Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, donde el filósofo alemán indica que: “El hombre [...] olvida que las metáforas [...] no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas”. En otras palabras, el sujeto obsesivo olvida que él mismo con su inconsciente deseante creó anticipada y metafóricamente la presunta existencia de la verdad detrás de la mentira, y entonces sale a buscarla frenéticamente (en estado de repetición del síntoma). Por supuesto él nunca será capaz de alcanzar dicha verdad sublime puesto que, sencillamente, no existe. Y lo más trágico será que a ese “no poder dar con la verdad” él lo interpretará como que está siendo engañado. Por esto es que el obsesivo nunca acepta el gato de cuatro patas tal y como es.

Ahora bien, ¿qué pasaría si el poder al que estamos sometidos y que gestiona nuestra percepción de lo real reforzara nuestra obsesión por la “verdad real” como modo de manipulación? Es decir, ¿cuáles serían las consecuencias de que el poder haya comprendido que, en virtud de que siempre buscamos el “más allá” detrás de la superficie, la verdad detrás de la mentira, de lo que se trata entonces es de sencillamente colocar toda la verdad en la superficie misma de lo que miramos? La maniobra estratégica sería exquisita. Obsesionados con pensar que lo que nos muestran superficialmente nunca es todo lo que hay ni toda la “realidad verdadera”, y que entonces evitar el engaño no sería otra cosa más que “saltear” la superficie en pos de ir a buscar la presunta verdad escondida, caeríamos en una ilusión devastadora: no solo no hay “quinta pata del gato”, sino que además, desesperados por buscarla y encontrarla, en el camino nos hemos salteado, hemos esquivado y dejado atrás, la verdad verdadera que, como ya sabemos, es la del poder. Ésto es lo que se devela entonces con la premisa “el engaño es que no hay engaño”. Así, la pregunta capital que prevalece no es sino la que sigue: ¿qué ocurriría si el poder hubiese entendido que para mantenernos engañados lo único que necesita es decirnos toda la verdad?

 

*Nahuel Michalski es licenciado y profesor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en el área de la filosofía política y el análisis cultural a partir de temáticas atinentes a la metafísica del poder, la construcción de subjetividad colectiva y la relación entre discurso y realidad. Ha dedicado los últimos años a la tarea docente, la investigación de grado y la divulgación de la filosofía a través de múltiples plataformas digitales, espacios de encuentro y medios de prensa con el fin de hacer de dicha disciplina un campo público de participación y construcción de ideas.

Su tarea es difundida a través de las redes Instagram Facebook donde se lo puede encontrar como Charlas de Filosofía.

Te puede interesar
Últimas noticias