viernes 29 de marzo de 2024

Serpientes gigantes en América del Sur

Existen cerca de 3.600 especies. Todo empezó en la Patagonia.

domingo 16 de julio de 2017
Serpientes gigantes en América del Sur

Por Ari Iglesias* y Sebastián Apesteguía

Sin duda alguna, hoy en día uno de los animales más escalofriantes que existen son las serpientes. Reptiles raros, alargados, sin patas, cubiertos de escamas, con una lengua inquieta que se conecta a extraños órganos sensoriales en el paladar y que se deslizan sobre su vientre “como una víbora”. Muchas personas son fóbicas a estos curiosos animales, sin embargo cumplen un rol ecológico muy importante en varios lugares.

Las serpientes son el alimento de muchísimas aves, tan hermosas como su propia comida, y son cazadoras de muchas plagas (como los ratones, cucarachas y otras serpientes venenosas). Existen hoy casi 3.600 especies de serpientes, algunas muy venenosas, otras nada venenosas y algunas muy fuertes, capaces de triturar huesos con la constricción de sus músculos. Las conocemos como boas.

Las boas más grandes existentes en el planeta son la Pitón de India, con sus 10 metros de largo y 70 cm de diámetro (llegando a ser mucho más gordas al comerse un buey); y la famosa Anaconda de Sudamérica, con sus 11 metros de largo y 80 cm de diámetro. Como suele pasarnos a los paleontólogos, nos asombramos de estos organismos que hoy viven, pero sabemos que en el pasado el grupo de las serpientes fue mucho más variado y nos alucinamos con los hallazgos de los registros fósiles.

Todo empezó en Patagonia

En una de sus vistas por Argentina, el paleontólogo norteamericano George Gaylord Simpson, halló en 1931 el esqueleto fósil de una serpiente en rocas de 50 millones de años en la localidad de Cañadón Vaca, al sudeste de la Provincia de Chubut. Se estimó la longitud de este animal en hasta 15 metros de largo, y con una cabeza que habría alcanzado unos 70 centímetros de largo, lo que le habría permitido devorar presas de hasta un metro de diámetro. La denominación para este ofidio fue Madtsoia bai, que en lengua tehuelche significaría “abuela de Cañadón Vaca”.

En 1959, el paleontólogo francés R. Hoffstetter reconoce un fragmento de mandíbula de un ofidio de gran porte, procedente de la zona de Gaiman (Chubut), calculando la talla del espécimen entre siete y ocho metros de largo. Aunque las madtsoidas tenían un aspecto y modo de vida semejante al de las boas, no eran parte de ese grupo de serpientes, sino de uno primitivo.

Con el tiempo, se fueron encontrando varios otros registros fósiles en Patagonia y América del Sur en general, indicando que estas grandes constrictoras eran mucho más comunes de lo que se creía. De hecho, pronto fueron hallados sus restos en otros lugares de lo que conformaba el supercontinente de Gondwana (como África, la India, Australia y hasta parte de España). Pero el primer registro fósil, que le dio el nombre a este gran grupo de tempranas constrictoras, las Madtsoiidae, ocurrió en Argentina.

Las boas son un grupo especial de serpientes originadas en Gondwana pero de distribución actual pantropical. En nuestro país tenemos la curiyú de hasta 5 metros y la boa arco iris, la de Amaral y la lampalagua, de hasta 4 metros.

En 1901 se describían las primeras serpientes fósiles de la Patagonia, pero no eran gigantes. Otra gran serpiente con la totalidad de su esqueleto preservado, incluido el cráneo, del Cretácico (80 millones de años) de Neuquén y Río Negro es Dinilysia, que aunque con un tamaño moderado, el fósil permitió reconocer que el cráneo tenía un grado mayor de fusión de sus huesos, por lo que estas serpientes seguramente no podían abrir su boca como para engullir presas muy grandes como en las serpientes modernas.

¿Serpientes con patas?

En el 2006, el paleontólogo argentino Sebastián Apesteguía, descubre en rocas del Cretácico (90 millones de años) en la localidad de La Buitrera (Río Negro), una serpiente de dos metros de largo, que mantiene aún restos bien formados de patas y caderas. La importancia de ese hallazgo fue que mostró que las serpientes más antiguas del mundo vivieron tanto en tierra firme (Najash) como en el océano (Pacyrhachis), por lo que el origen de este grupo debía ser rastreado mucho antes que estos fósiles, probablemente hacia el período Jurásico. Pocos años después, Mike Caldwell (paleontólogo de Canadá) junto con Sebastián Apesteguía y otros paleontólogos, publicaron las primeras serpientes jurásicas. Aunque se supone que también tenían patas, los restos fósiles aún son fragmentarios y no permiten corroborarlo.

Hoy en día, las boas mantienen vestigios de las patas del reptil que le dio origen, pero sobresalen apenas como pequeñas uñas en el borde de la cloaca (ano más poro urinario). Los machos las usan para aferrar a la hembra durante la cópula.

La pérdida de miembros y cinturas y el alargamiento del tronco en las serpientes es un efecto genético sin relación alguna con su utilidad relativa. De hecho, es un accidente que les ha ocurrido también independientemente a otros lagartos actuales como: teióideos, escíncidos, ánguidos y a todos los anfisbénidos. Fantásticos fósiles de reptiles con patas reducidas se han descrito en el Cretácico de Brasil (Tetrapodophis) y en Líbano (Eupodophis), aunque no todos se ligan al origen de las serpientes.

De todos modos, todos los lagartos utilizan movimientos zigzagueantes en su desplazamiento, con o sin patas, por lo que las serpientes solo han intensificado este modo serpenteante. Adicionalmente, las serpientes poseen músculos en las escamas por lo que, moviendo las grandes escamas cuadradas de su vientre, pueden desplazarse aun sin zigzaguear: ¡caminan con las escamas!

La desarticulación de los huesos de las boas, culebras y otras serpientes modernas del grupo de las macrostomadas (de boca grande) les permite deformar su boca y garganta como para expandir los tejidos blandos y de esta forma engullir presas que no podrían entrar de otra forma, sin provocar daños. De esta forma, serpientes poco móviles como las boas comenzaron a ser grandes depredadoras y una vez que comían permanecían inmóviles por semanas mientras actuaba su lenta digestión. Esta estrategia biológica les permitió permanecer sin comer por meses tras engullir solo una gran presa.

¡¡¿Aún más Grandes?!!

En el 2009 se descubre en rocas de 60 millones de años (Periodo Paleoceno), en Colombia, a Titanoboa, una boa gigante cuyas vértebras y huesos de la cabeza permitieron reconstruir un cuerpo de hasta 14 metros de largo con una cabeza de 40 cm de largo, por lo que se estima llegó a pesar más de 1.100 kilos. Si bien de tamaño monstruoso, fue de una talla bastante similar a los descubiertos en el Sur de Argentina.

Los estudios de los dientes de Titanoboa dejaron dilucidar que esta gigantesca boa se habría alimentado de grandes peces, aunque también la fusión de los huesos de la boca, no habrían permitido una apertura hacia alimentos de tamaño descomunal.

Esta boa gigante de Colombia, se halló junto con los restos de un cocodrilo gigante (de metros de largo). Las condiciones tropicales, húmedas y con abundante alimento, habrás sido las propicias para permitir a estos grandes reptiles llegar a esos tamaños tan descomunales. Similarmente, esas condiciones son las que fueron interpretadas como predominantes durante la Era Mesozoica, durante la cual se registran los reptiles más grandes y variados de la historia de la Tierra (entre ellos los dinosaurios).

En 1993, la paleontóloga argentina Adriana Albino, que para entonces trabajaba en la Universidad Nacional del Comahue en Bariloche, describe el hallazgo de una vértebra gigante en las cercanías de la ciudad de Sarmiento (Chubut), en rocas de 50 millones de años. Las características de esa vértebra permitieron reconocer una nueva especie de boa gigante a la que denominaron Chubutophis. Las dimensiones de la vértebra corresponden a la boa de mayor tamaño conocida en el mundo (hasta 18 metros) y por su desarrollo se sabe que aún era juvenil cuando murió (y se preservó).

El registro de este tipo de tamaño de boa en Patagonia y Colombia y la presencia en las mismas épocas y lugares de grandes cocodrilos, indica que en la Patagonia imperaban igualmente condiciones de altas temperaturas, abundante precipitación y libres de heladas (como así también lo atestigua la flora, conteniendo palmeras y bosques tupidos de gran altura).

¿Y… las culebras qué?

Las culebras se reúnen todas dentro de un mismo grupo dentro de las serpientes, denominado Colubroidea (que en Argentina están principalmente representadas por la familia Dipsadidae). Este grupo es uno de los más numerosos hoy en día, pero su registro fósil es casi insignificante en el tiempo geológico -como así lo es el del Hombre-. El grupo de las culebras se registra como fósil desde el período Oligoceno (hace 30 millones de años), seguidas por las serpientes de coral, mambas y cobras (Elápidas) conocidas desde el Mioceno (hace unos 15 millones de años). El hecho de que las dos terceras partes de las serpientes actuales sean Colubroidea (cerca de unas 1.950 especies vivientes) demuestra que se encuentran bien adaptadas a las condiciones climáticas imperantes en el presente momento (más frío) del Planeta. Los portes de las culebras no son para nada espectaculares, pero muchas personas de todas formas les temen. Hoy en día las culebras de climas templados deben hibernar, condición que seguramente no vivieron sus parientes lejanas del Mesozoico y comienzos del Terciario.

* Paleontólogo del INIBIOMA (CONICET-UNCO)

+ Paleontólogo de Fundación de Historia Natural Félix de Azara (CONICET-CEBBAD)

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