miércoles 8 de mayo de 2024

Relatos de montaña

Toda la belleza del otoño desde el cerro Siete Colores

Una montaña que le hace honor a su nombre, rodeada ahora, de los ocres otoñales que le dan un aspecto totalmente diferente al de otras épocas del año.

viernes 22 de abril de 2022
Toda la belleza del otoño desde el cerro Siete Colores
El cerro Siete Colores tiene una altura de 2065 metros en su cumbre norte. Fotos: Marcelo Martínez.
El cerro Siete Colores tiene una altura de 2065 metros en su cumbre norte. Fotos: Marcelo Martínez.

Por Claudia Olate

Instagram: @OlateClau

Fotos: Marcelo Martínez 

Instagram: @Marxelo.martinez

 

José Larralde dice que es lindo ver de cerquita lo de que lejos se admira. Me gusta aplicar esa frase a cada cerro al que voy. La primera vez que fuimos al cerro Siete Colores era diciembre. Época de deshielos. Dejamos el auto en la ruta 40 y pasamos una tranquera de un camino privado. A los pocos minutos, nos encontramos con un arroyito que si bien no era muy grande, no podíamos saltar. Nos sacamos los zapatos, nos arremangamos los pantalones y cruzamos. Eran las 6 de la mañana y ya teníamos los pies en el agua helada. Linda manera de empezar una jornada que fue increíble.

Bien despiertos por el agüita fría, continuamos por el camino de vehículos que originalmente lleva al centro de esquí Baguales. Este cerro está ubicado hacia el sur, a unos kilómetros del lago Guillelmo, en dirección a El Bolsón.

En este otoño decidimos volver, dispuestos a encontrar los colores del otoño que, sumados a los que ya se ven en la cumbre sur del cerro, explican el porqué del nombre y fue otra increíble jornada. Como todas en la montaña. Porque aunque no llegues, aunque el frío te queme la cara, aunque el viento te haga volver, siempre se vive de manera especial.

El cerro Siete Colores se levanta imponente hacia el sur, a unos kilómetros del lago Guillelmo. Foto: Marcelo Martínez.

Este otoño, nos bajamos del auto ya temiendo el cruce del arroyo porque estaba fresco para remojar las patitas, pero la montaña nos dio un regalo. Esta vez, pusimos unas piedras y pudimos cruzar de un salto. Esto ya nos sacó una sonrisa.

Caminamos unos 3,5 kilómetros por el ingreso vehicular y allí empezamos la picada. Se nota que en los últimos años, ascendieron caminantes con un poco más de frecuencia, ya que no hubo pelea con las cañas ni las ramas que antes nos cerraban el paso.

La picada asciende sin timidez. Nos fuimos poniendo pequeños objetivos. “Lleguemos hasta aquel pino y tomamos agua”, “en las piedras de allá arriba, descansamos un poquito”. Pequeños acuerdos que nos alentaban a seguir.

Las diferencias entre el primer y el segundo ascenso al cerro Siete Colores, fueron muchas. Siempre se viven de manera diferente. Especialmente, creo, cuando de montañas poco transitadas se refiere. La diferencia principal estuvo en conocer el camino. Ya sabíamos por dónde ir y el tiempo que nos llevaría, si todo salía bien. Hay más certezas que incertidumbres.

Desde arriba se puede seguir el curso del río Villegas. Foto: Marcelo Martínez.

El clima nos acompañó hace un par de años y también ahora. En una breve parada para tomar agua, me di vuelta para contemplar el paisaje, que a los pocos minutos ya se ve desde bien alto. ¡Qué hermoso es subir unos metros y ya ver todo lo que se abre ahí no más, a tus pies!

Muchos rastros de ciervos nos acompañaron mientras el terreno era mayormente de tierra suelta. Un tramo empinado, terreno un poco blando que te hace el camino un poquito más intenso, y llegamos a la primera parada: un balconcito con vista panorámica al río Villegas que se ve perderse detrás de las montañas, el cordón Áspero, la ruta 40 y toda la extensión de bosque que va desde el bordó intenso al amarillo ocre ahora en otoño.

Una fruta, un poco de agua y a seguir. Ya desde allí, se ve la cumbre sur, imponente, como una pared que se levanta hacia el fondo. Así mismo o más grande incluso, se ve desde la ruta, cuando viajas en dirección hacia Bariloche y de pronto, asoma una montaña inmensa que mete algo de miedo.

En la primera parada, ya veíamos la cumbre sur que se encuentra a 1950 msnm. Foto: Marcelo Martínez.

Caminamos una hora más a buen ritmo y llegamos. Otra vez estábamos en esa cumbre que nos encantó tiempo atrás. Unas tres horas de caminata nos llevaron a los 1950 metros sobre el nivel del mar que tiene la cumbre sur.

Hasta este tramo es una caminata larga y con buen desnivel, pero transcurre  mayormente en terreno firme, con solo alguna cercanía a zonas más expuestas. Son unos 8 kilómetros aproximadamente desde donde dejamos el auto hasta la primera cumbre.

En la cumbre nos recibió el  cielo despejado, nada de viento, una temperatura ideal para no sentir frío ni calor. El lago Guillelmo, un espejo. El Tronador, asomando detrás del cerro Felipe Laguna. Las cumbres de los cerros Bonete, Cresta de Gallo, el Catedral. Hacia el mismo cordón del Siete Colores, el cerro Huinca, el Hormiga. Hacia atrás, como quien mira las vueltas del río, la cumbre del Utne.

La vista desde la cumbre sur. Foto: Marcelo Martínez.

Para donde miráramos, había colores intensos. ¡Qué lindo se siente el otoño! Para mí, la época más hermosa del año. Es que todo es tan diferente con esos colores que parecen salidos de un cuento o una película de Disney. La temperatura siempre es la ideal para los que no amamos el calor del verano. El solcito tibio, cuando aparece, te abriga sin molestar.

La paz. Esa paz que se siente solo en algunos lugares y que varias veces en el camino, nos hizo detener para escucharla, porque creo que además de sentirla, se escucha. Es como si la tranquilidad tuviera sonido y ese sonido fuera el de la montaña.

El filo se extiende por unos cuantos kilómetros hasta la cumbre norte. Foto: Marcelo Martínez.

La primera vez que fuimos teníamos la idea de llegar solo hasta la cumbre sur, pero como llegamos temprano dijimos “vamos un poquito más allá, hacia el collado”. La caminata por el filo, es increíble. ¡Los colores, por Dios, los colores! Tiene algunas partes expuestas, propias de los filos y se camina en piedras constantemente.

Esa vez, llegamos al collado y dijimos “un poquito más allá, hasta las piedras esas”, como poniendo una meta. Y claro, una vez que logramos subir, en un tramo bastante empinado y un poco expuesto, dijimos, “ya fue, vamos hasta la cumbre norte”.

La cumbre sur vista desde el filo. Foto: Marcelo Martínez.

Es que el mallín que se extiende hacia el norte, enorme, con espejitos de agua en época primaveral, llena de florcitas que no podía dejar de fotografiar, nos resultaron una tentación imposible de vencer.

Y bueno, hacia allá salimos. Caminamos otro par de horas, no era tan cerquita como creímos. Además, elegimos la vuelta más larga para ver las pendientes de este cerro enorme, que tiene una extensión larguísima ya sea caminando o viéndolo desde la ruta.

Antes de la cumbre norte hay un mallín, arroyitos y en primavera, muchas flores. Foto: Marcelo Martínez.

La cumbre norte nos recibió, en aquel momento, con un poco más de vientito y un paisaje hermoso. Fotos, comida, cafecito y a volver, pues se nos habían pasado las horas sin darnos cuenta.

En esta nueva caminata, el límite que nos pusimos fue verdad. En otoño las horas de luz son menos, las piernas ya venían cansadas de salidas anteriores. Hay que ser consciente de los tiempos, el cansancio y las posibilidades. Así que llegamos al collado, nos maravillamos otro rato con la vista y emprendimos la retirada.

La vista desde la cumbre norte. Foto: Marcelo Martínez.

Siempre volver es más rápido. No solo porque vamos en descenso y hay tramos de “pata cross”, sino porque ya no nos detenemos en cada punto a sacar fotos de todos los detalles. Bajamos hasta la piedra donde descansamos en la subida, comimos algo y a seguir.

Esta vez, como la anterior, el arroyito fue salvador. Después de salir del sendero y llegar al camino de auto, caminamos una media hora y llegamos al agua, fresca, rica, renovadora. Una lavada de cara, siempre viene bien. Obviamente, un sándwich también.

Misión cumplida. Volvimos al Siete Colores en otoño, como habíamos dicho en aquella primera subida. Ojalá sigan los otoños, los veranos, los inviernos y las primaveras en la montaña. Caminando. Renegando por ratos, queriendo volver por otros, pensando incluso antes de volver a casa, cuál será la próxima caminata. Porque, ¿qué es la vida sin estas pequeñas metas que nos ponemos, que disfrutamos y que conseguimos?. (ANB)

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