miércoles 8 de mayo de 2024

Relatos de montaña

Sayhueque: el cerro de vistas inigualables que heredó la bravura del cacique

Una caminata dura, exigente, difícil, pero con una cumbre que permite soñar con todo lo que desde abajo, no vemos.

domingo 17 de abril de 2022
Sayhueque: el cerro de vistas inigualables que heredó la bravura del cacique
El cerro Sayhueque está ubicado camino a Villa la Angostura. Fotos: Marcelo Martínez.
El cerro Sayhueque está ubicado camino a Villa la Angostura. Fotos: Marcelo Martínez.

 Por Claudia Olate

Instagram: @olateclau

Dicen que Sayhueuqe fue uno de los caciques más importantes del pueblo mapuche-tehuelche en la región. Dicen que Valentín Sayhueque nació allá por 1818. Bravo, respetado y poderoso, dejó legado por la zona. Tal vez, la cumbre que hoy lleva su nombre, era uno de sus lugares elegidos para divisar desde lo que hoy es Bariloche, hasta los picos de volcanes como el Lanín o los que se encuentran del lado chileno. O tal vez simplemente, este cerro heredó este nombre por compartir las características con el cacique: por ser bravo, respetado y poderoso. Creo que la elección del origen puede quedar a gusto de cada persona que lo camine.

Está ubicado en la zona de la ruta 40 que lleva a Villa La Angostura, aunque no es de los que bordea la cinta asfáltica, si no que, para recorrerlo, es necesario adentrarse en el monte, ver otras cumbres, bosques, arroyos, pedreros, y ahí recién, sentir que se puede llegar. A pocos metros de donde comenzamos a caminar, está el río Pedregoso, que nos servía como guía ya que es necesario cruzar una tranquera para empezar el sendero y tranqueras en la zona, hay muchas.

Con sus más de 2200 metros de altura, el Sayhueque nos permite soñar en todo lo que hay más allá. En cómo llegar, sin salir de las montañas, hasta Traful o Cuyin, a otros cerros, a otras cumbres, a otras subidas que nos harán sentir las piernas cansadas y el corazón contento.

La cumbre se encuentra a unos 2200 metros. Foto: Marcelo Martínez.

Nosotros elegimos una mañana de verano para subir. Intuíamos que sería una caminata larga, por lo que comenzamos temprano. Aunque, a decir verdad, por más que sepamos que se trata de un sendero corto, siempre elegimos la mañana para caminar. Tiene un olorcito especial, ese de la tierra húmeda por el rocío, que acompaña perfecto el cantar de los pájaros que empiezan a despertar en el bosque.

Deben ser unos 10 kilómetros los que separan a la ruta 40 de esta cumbre, aunque la dificultad está en el ascenso. La mañana acompañó el recorrido que durante varios kilómetros es bastante amigable, aunque hay un par de subidas empinadas, pero con buen terreno que transcurren en partes cerradas y con el camino poco visible. Es casi obligatorio ir en estado de atención constante.

Todo parecía ir mejor de lo que pensábamos en horario. Sabíamos que teníamos que cruzar un arroyo. Antes de encontrarla, unas vacas nos acompañaron por el camino. Un pastito por acá, un limpio entre el bosquecito por allá, el ruidito del agua. Todo es perfecto. Siempre. Es que cada lugar tiene lo suyo, por más que a veces pensemos que es todo igual.

A unas 3 horas de caminata, la vista ya recompensa el esfuerzo. Foto: Marcelo Martínez.

Cada vez que camino por estos lugares, diviso espacios ideales para acampar. Pienso en decirle luego a mis amigas, planear un pernocte allí, iluminadas por las estrellas sin la contaminación lumínica de cualquier ciudad o pueblo en el que vivamos. Pero debo reconocer que la mayor parte de las veces, son solo planes, porque en el deseo de querer caminar por lugares nuevos, conocer otras cumbres, descubrir otros cerros, no suelo volver rápidamente a repetir un sendero.

Luego de un par de horas de caminata, cruzamos el arroyo. El pasto que la bordeaba, invitaba a quedarse un rato. “¡Estamos re bien con el tiempo!”, pensamos cuando vimos que habíamos caminado unas ¾ partes del total y todavía era tempranísimo. Ahí no más armamos pic-nic, desayuno, charla va, charla viene, nos relajamos. Mala elección, pues no sabíamos que los últimos kilómetros nos sacarían, por ser políticamente correcta con la expresión, varias quejas.

Levantamos campamento y nos metimos de nuevo al bosque. Aquí el sendero se hace más intuitivo. Sabíamos, por recorridos de otras personas, que teníamos que caminar un poco más antes de salir al pedrero, así que continuamos caminando bajo la sombra que, en verano, se agradece mucho.

 

El pedrero nos demostró que la montaña siempre manda. Que los tiempos nada tienen que ver con los kilómetros ni con las ganas. Porque ganas, claro está, nos sobraban. Tiempo, pensamos que también, pero bueno, los planes a veces se modifican en el andar.

Un paso arriba, otro que descendíamos. Cuatro pasos a buen ritmo, cinco minutos de descanso para recuperar aire. No importaba. Ya se veía todo el brazo Huemul del Nahuel Huapi y parte de Bariloche. Ya habíamos subido de lo lindo.

El problema era que no veíamos la cumbre, no teníamos ni idea si faltaría mucho, si estaríamos cerca. Bueno, pues no. No estábamos lejos si a kilómetros se refiere, pero ¡qué les importan los kilómetros a las piernas cuando la subida quema!

Fueron unas seis horas de caminata para llegar a la cumbre del Sayhueque. Foto: Marcelo Martínez.

Una piedra enorme más adelante. “Ahí seguro vemos la cumbre”, decíamos para llegar y darnos cuenta de que la perspectiva va cambiando, literalmente, a cada paso. Habíamos leído sobre esta montaña y la información decía que era un cerro con dificultad alta, de exigencia y partes expuestas, no apto para personas sin experiencia en montaña y pudimos corroborarlo.

Siempre nuestro estado, el descanso que hayamos tenido, el cansancio que carguemos de la semana, va a condicionar la caminata, claro. Y a mí me creo que se me había juntado todo. Tuve ganas de pegar la vuelta un par de veces, pero lo lindo de tener amigos que te banquen, es que también te empujan cuando ya querés abandonar. En la montaña y en la vida.

Cuando llegamos a ver la cumbre, se había nublado y un vientito daba frío. Siempre ver el punto final es una especie de aliciente. Creo que a ese último tramo, le pusimos más velocidad, pero costó, costó bastante.

Las vistas de los cerros más conocidos de la zona es deslumbrante. Foto: Marcelo Martínez.

En unas piedras grandes, nos detuvimos a tomar aire, agua, ganas y coraje para lo último. Y el paisaje creo que nos dio el empujoncito final. Ya era increíble y nos animó para darle la última paliza a las gambas, que a ese punto ya me temblaban un poco.

Llegamos. ¡Llegamos! Qué cumbre hermosa. Cuántas montañas, cuántos colores. Cuántos cerros que no tenía ni idea que existían. A esta altura, elijo pensar que Valentín Sayhueque se paraba por aquellos pedreros y podía ver todo lo que quería y por eso este cerro heredó su nombre. Porque no me caben dudas de que es bravo, de que se hace respetar, de que tiene poder.

Arriba había señal de telefonía y un llamado de mi papá me sacó del embelesamiento que tenía. Lo atendí y le conté dónde estaba. “Ah sí, qué cerro enorme ese, cuánta piedra ahí arriba”, me dice. Es que mi papá, criado en el campo, recorrió todos los filos cuando tenía que salir a buscar animales, o llegar a otra población para llevar o buscar cosas. Quizás algo de eso tengo en la sangre, salvando las distancias. Quizás todas las historias que me contó me quedaron en algún rinconcito e hicieron que quisiera ver todo lo que él vio décadas atrás. Y es que cada vez que estoy por allá arriba, pienso en todo eso, como si fueran condición sine qua non, los pensamientos filosóficos que nos despierta el paisaje.

En la cumbre, los cóndores nos visitaron constantemente. Foto: Marcelo Martínez.

Los cóndores acompañaron el almuerzo. La cumbre es un montón de piedras sobre más piedras que, a su vez, están sobre otras piedras. No es grande. Nos acomodamos un poco, me dormí una siesta, sacamos fotos. Un poco la rutina de cada cumbre.

Desde sus 2200 metros, se ve todo. Todo. Los volcanes Osorno, Puntiagudo. El Tronador que te saca el aliento. El Lanín allá, lejos, después de cientos y cientos de cerros, también se ve. De Bariloche, un puñado enorme de cerros: el Ventana, el Ñireco, Pontoneros. Hasta los Cuernos del Diablo se divisan, sin olvidarse, claro está, del otro lado. Cerros de Cuyin Manzano, la tierra de mi abuela que, aunque la vea de lejos, siempre me saca una lágrima de emoción. Cumbres de Traful, de donde heredé tanto. Repito: desde sus 2200 metros, se ve todo.

Fueron un poco más de seis horas de caminata hasta arriba. Todo era felicidad hasta que recordamos que teníamos que bajar. La subida fue dura, la bajada no fue muy distinta. Ya estábamos cansados. Perdíamos la estabilidad con facilidad y personalmente, aterricé unas cuantas veces sentada. Pero llegamos de nuevo al auto, a la ruta, a la gente. Nos lavamos la cara en el río Pedregoso y volvimos. ¿Felices? Claro, cómo no serlo cuando tenemos la posibilidad de llegar a esos lugares, disfrutarlos, conocerlos y aprender siempre un poquito más.  (ANB)

 

Fotos y video: Marcelo Martínez.

Instagram: @marxelo.martinez

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