viernes 26 de abril de 2024

El arte de ayudar

“Pedir ayuda es un signo de salud mental. Y brindar ayuda también nos hace sentir bien”, dice nuestro columnista Gustavo Marín.

domingo 26 de febrero de 2017
El arte de ayudar

Existen profesiones de ayuda como el Trabajo Social, la Psicología, la Medicina, la Docencia, hasta la Abogacía y la Política lo son (o deberían). Pero no son las únicas que ayudan. Una madre, un padre, una abuela, un adulto mayor, un hijo, una tía, un vecino, una amiga, también brindan su ayuda, que no es poco.

Está claro que todos en algún momento necesitamos la ayuda de otros, y pedir ayuda es un signo de salud mental. Y brindar ayuda también nos hace sentir bien, nos engrandece, nos hermana, nos hace humilde.

Aunque es necesario entender que la ayuda tiene sus límites, sus contradicciones y hasta sus contraindicaciones y es por ello que mi propuesta es que reflexionemos sobre este Arte. Porque para mí, la ayuda, el ayudar, es un Arte. Y como todo Arte requiere de un aprendizaje, un entrenamiento, imaginación, conocimiento, intuición, habilidades técnicas e ir más allá de la técnica. Es que a veces lo que creemos que es ayuda, no lo es. A veces, no ayudar, pero acompañar, ayuda. A veces detrás de una ayuda hay ideologías, intereses creados, hay ayudas que crean obligaciones, hay ayudas que aprisionan e incapacitan. Ayudemos al “pobrecito” es más violento que dejarlo donde está.

Como psicólogo mi actitud primera con los pacientes era investigar junto con ellos, las razones de su sufrimiento y buscar alternativas de resolución de sus problemáticas. Continuamente estudiaba nuevas técnicas y teorías psicológicas que brinden más herramientas en mi tarea como psicoterapeuta. Muchas veces, les preguntaba a los pacientes, antes de darles el alta, que era lo que creían que había funcionado para que se sintieran mejor, para saber en qué seguir profundizando. Una vez atendí una paciente que había sufrido violencia por su pareja y había venido a la zona del Valle con sus hijos, escapando de esa situación y cursaba una depresión importante. Luego de varios meses de tratamiento, se encontraba en condiciones de seguir por sí sola; y al preguntarle que creía ella que era lo que más le había ayudado en el proceso terapéutico me dijo,  que si me acordaba que cuando vino por primera vez a la consulta en el Hospital a la hora convenida,  que  yo salí del consultorio, para pedirle disculpas porque me iba a demorar unos minutos más ya que estaba atendiendo a otra persona. Realmente no me acordaba de ese suceso, pero estimo que ha sido así, porque siempre tengo la tendencia en atender a horario y se disculparme si me retraso. Es una conducta incorporada, a la cual no le doy mayor trascendencia. Y le pregunte a la paciente porque traía ese recuerdo, y me respondió que ese fue el hecho que hizo que empezara a sentirse bien. Imagino que fue un hecho significativo para ella que se sintió respetada. Esto me impacto profundamente, porque yo confiaba más en mis técnicas Psicoterapéuticas, que en los detalles de una relación terapéutica. Me di cuenta, que el respeto por el otro, el tratarlo como una persona, el vincularse desde lo humano, es fundamental en la ayuda de cualquier tipo.

El aceptar al otro tal cual es, como un humano, es el inicio de una  ayuda sincera. El afecto, el respeto, es parte fundamental de la ayuda y sana.

EQUILIBRIO EN LA AYUDA

En mi más de 20 años de experiencia de ayudar a otras personas, repetidamente me fue pasando, que ponía todo lo mejor de mí para ayudar a alguna persona, y sin embargo, los resultados eran muy pobres, y eso me llevaba, a estudiar más y ver qué otras cosas podía hacer para ayudarla a que pudiera sentirse mejor y resolver sus conflictos, pero el tema era más complejo. Muchas de estas personas tienen la característica del:  sí, pero…, o la queja sin acción, o que la culpa siempre es del otro, o postergan su accionar, o que esperan que por el simple hecho de venir a una terapia todo se resolverá mágicamente sin querer hacer ningún cambio de su parte. “Cómo ayudar a alguien que no hace nada por sí mismo, que no dice lo que quiere, que no actúa. Qué nunca la ayudan como la tienen que ayudar. Qué espera que el mundo cambie y se adapte a su gusto y piacere. Qué todo le sale mal y que piensa que para los demás, todo es más fácil!!!”  Una mezcla de victimismos y soberbia. Y son esas personas que quizás ya han pasado por varios psicólogos o cualquier tipo de ayudador y que dicen que ninguno las pudo ayudar, como si eso fuera un éxito de su parte, y eso las hace especiales. Fui descubriendo que yo ponía más energía en querer ayudar y resolver sus problemas, que ellas mismas. Y así me di cuenta que debe haber un equilibrio en la ayuda. Que mi rol de ayudador, no podía ser más entusiasta, que el del ayudado. Que cuando el ayudado, pone más energía que el ayudador, las cosas funcionan mejor.

O sea, el ayudado, tiene que estar dispuesto a recibir la ayuda, debe estar disponible, abierto y decidido a hacer algo para cambiar de conducta, de forma de pensar, si es que quiere que su situación se modifique. No alcanza tan solo con pedir ayuda.

En definitiva: No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.

El psicólogo español Joan Garriga, en relación a los vínculos de pareja dice que una de las condiciones para que sean relaciones satisfactorias, es que exista un equilibrio entre el dar y tomar. “Se trata de dar lo que tenemos y podemos, y lo que el otro quiere y puede recibir y es capaz de compensar de alguna manera manteniéndose digno y libre.”[1] Y aclara que muchas relaciones se rompen, porque alguno de los dos, da más de lo que el otro puede recibir; y que así se crean deudas que incomodan y llevan a juegos de poder. Garriga habla de la pareja, pero esto también pudiera ser aplicable a la relación entre ayudador y ayudado.  Ya que hay ayudas, que terminan crean deudas en el ayudado, el cual se siente dependiente del ayudador, lo cual le acarrea otro problema más.

¿AYUDO PORQUE LOS DEMÁS SON MAS IMPORTANTES QUE YO?  

¿Quieres ayudar? Ayúdate primero.

Sólo los amados aman.

Sólo los libres libertan.

Sólo son fuentes de paz quienes están en paz

consigo mismo.

Los que sufren, hacen sufrir.

Los resentidos siembran violencia.

Los que tienen conflictos provocan conflictos

a su alrededor.

Los que no se aceptan no pueden aceptar

a los demás.

Es tiempo perdido y utopía pura pretender

dar a tus semejantes lo que tú no tienes.

Debes empezar por ti mismo.

Amarás realmente al prójimo en la medida en que

aceptes y ames serenamente tu persona y tú pasado.

“Amarás al prójimo como a ti mismo”,

pero no perderás de vista que la medida que eres “tú mismo”.

Para ser útil a otros, el importante eres tú mismo.

Sé feliz tú, y tus hermanos se llenaran de alegría.

Padre Ignacio Larrañaga

Del sufrimiento a la paz
Susaeta Ediciones, 1989, Republica Dominicana

El padre Ignacio Larrañaga, nos pone al descubierto, que para ayudar a otros, tenemos que estar preparados, ya que nuestros deseos ciegos de ayudar, pueden malograr la ayuda, ya que pueden existir razones ocultas que pueden ser  obstáculos para una real ayuda.   Los ayudadores, sean estos profesionales o no, tienen una tendencia, de estar demasiado pendientes de los demás, del afuera, muy posiblemente para evitarse a sí mismos, y a los conflictos no resueltos. Y mientras estén ocupándose de otros, no necesitan ocuparse en resolver sus propios temas. Es así que el ayudar a otros, es la excusa perfecta para mirar a otro lado y evitar su herida. Y lo que marca Larrañaga, es que esta evitación de sí mismo, lleva a una desconexión profunda de su Ser, de su intuición, de los límites, y esto hace que se pierda de vista, la medida adecuada de la ayuda.

Sabemos que muchas personas que han tenido carencias afectivas en su infancia, y cuando son adultas sigue con una actitud de no cuidado hacia sí misma, solo han aprendido a mirar al otro y que el otro es el importante (no ellos), y esperar que alguna vez le llegue la ayuda mágicamente o en otra vida, o ganarse el cielo. Es posible que le dan a los demás, lo que no tuvieron y lo que esperan recibir y no lo saben, ni aprendieron a pedir. O que piensan que dañaran a otros si solo piensan en sí mismas.[2] Es muy común conocer ayudadores profesionales estresados, que no se toman vacaciones ni ningún tipo de licencia, que se descuidan así mismo en lo físico,  emocional y social, que se postergan de continuo, que no se brindan ningún tipo de placer, que no les gusta ni pedir ayuda, ni ser ayudados. Viven para otros.

UNA AYUDA VITAL Y CONSCIENTE

Hay que ver muy bien que es lo que nos pide el otro. No podemos dar lo que no tenemos.[3] No podemos dar lo que incapacitaría al otro, porque la ayuda, a veces no permite que el otro despliegue sus propios recursos. Si somos ayudadores ciegos, terminamos invadiendo al otro, lo perdemos de vista, y hasta creemos que es lo mejor para el otro, sin dejarlo decidir por sí mismo. Sin libertad, no hay ayuda posible.

Cierta vez atendí una mujer que acudió con su hijo de 18 años, quien hacía unos años que había abandonado el secundario, y no trabajaba ni buscaba trabajo. Pero además no colaboraba en el hogar, se la pasaba con la computadora y no la dejaba usar ni a la madre ni al hermano menor que la necesitaba para hacer trabajos del colegio. La madre se quejaba que además la insultaba y lo golpeaba al hermano y rompía cosas en la casa. En el medio de la sesión, veo que este joven saca un celular de última generación, lejos mucho más caro y sofisticado que el que yo poseía. Le pregunto cómo lo obtuvo y me dice que se lo compro la madre, ella me dice que lo compró en un montón de cuotas, que él lo quería. Le pregunto: ¿imagino que ese celular debe requerir un abono costoso? La madre me dice que sí, como resignada me dice: -y es lo que él quería, pero es la última vez-. No son pocas las veces que me he topado con estas contradicciones, en donde se piensa que se ayuda a un hijo, dándole algo que quizás los padre no tuvieron en la infancia, pero no miden que, muchas veces, como en este caso, dichos “regalos”, no hacen otra cosa que reforzar la fantasía, de que “el facilismo”, el lograr cosas sin ningún tipo de esfuerzo y compromiso (que todo vale), es la realidad, y no es así la vida real. La falta de límites, no permite tener una referencia, un punto de partida, algo en que apoyarse, algo que los contenga, hasta algo contra lo que puedan rebelarse y conocerse, y esa falta de límites deja a los jóvenes huérfanos, a la deriva, y claro, ellos responden con violencia o depresión.

Hay  ayudas como estas, que son  ciegas, son  una ayuda negativa. Tan negativa como cuando ayudamos por culpa, o por miedo. Si al otro lo veo como un “pobrecito” y por eso lo ayudo, lo estoy condenando a ese estado. Tenemos una gran tendencia a la “culpa”, nuestra cultura es una cultura culposa, imagino  que nuestra tradición religiosa mal interpretada es lo que ha abonado que seamos tan culposos y que desde ahí “ayudemos” al otro. Las personas que piden en la calle, lo saben muy bien, saben que decir, que cara poner. Y la culpa bloquea nuestra capacidad de pensar, y nos sale el automático de dar, para calmar la culpa lacerante, nada más, no porque realmente creamos que estemos brindando una ayuda útil. 

A veces el lado oscuro de la ayuda encubre  que queremos “ser buenos” sacrificando los propios deseos y necesidades, todavía estamos esperando la aprobación de mamá y papá, tenemos temor a ser malos y ser rechazados (como quizás fuimos en la infancia), y desde el miedo nos hemos vuelto muy moralistas, muy críticos con nosotros mismos y tenemos un tirano adentro, que calmamos jugando al nene/a bueno/a, jugamos a portarnos bien, pero en algún momento nos salta la sombra y somos grandes enjuiciadores y egocéntricos reclamando “todo” lo que hicimos por él otro, todo lo que nos sacrificamos.

Jung decía: “No me importa si una persona es buena o es mala, sino que sea íntegra, completa.”

La verdadera ayuda es cuando permito al otro que se reconozca a sí mismo, que descubra su potencial, que se anime a explorarse por sí mismo, que se responsabilice de su situación y de sus decisiones (o no decisiones), que acepte que a lo esencial nadie puede hacerlo por él. Lo ayudo realmente al otro cuando le señalo las trampas y manipulaciones que emprende para no enfrentar la realidad y sus límites. Lo ayudo, cuando yo mismo no me dejo manipular y le pongo límites a su conducta que me invade.

No necesito ser frío, distante, objetivo y serio para poder aclarar límites y roles, y relacionarme saludablemente con el otro que me pide ayuda.  Lo afectivo, el interés genuino por el otro, no debe  quedar afuera de la relación de ayuda. No hay que olvidar que surgimos y nos mantenemos con vida saludable por el Afecto, por el Amor y la Aceptación, todo empieza en estas 3 A.

Todo aquel que quiera ayudar a otros, requiere una actitud de confianza plena en la vida, confiar que existe algo más grande que nosotros, un orden superior, un último destino, un gran poder, que de última será quien mueva los hilos de la vida de acá para allá (como el cuento Ajedrez de Borges). Esto es esencial para que los ayudadores no se  crean superhéroes en donde salvaran a los pobres sufrientes. Muchos ayudadores se invisten con un aire de soberbia y narcisismo creyendo que son los encargados de salvar, rescatar, mejorar la vida de los que “no pueden”. Estoy convencido que la ayuda vital, requieren  humildad, rendición, entrega y confianza incondicional en la vida, y que yo hago mi parte, y que será lo que tenga que ser. Y no es que nada podamos hacer. Pero a veces lo mejor es “hacer sin hacer”, empezar por ahí. O sea, acercarme sinceramente al otro que pide ayuda, acercarme sin mente, sin prejuicios, sin consejos armados, y decirle que por ahora solo puedo acompañarlo, escucharlo mientras tomemos unos mates. Mi aspiración como ayudador profesional es estimular a las personas a que se ocupen de sí mismas, se escuchen a sí misma y descubran su verdadero poder, si sus antepasados pudieron, ellos también pueden. “Si yo, con mis heridas pude, vos también podes.”          

[1] Garriga, J. (2015) El buen amor en la pareja. Cuando uno y uno suman más que dos. Grupo Editorial Planeta. Buenos Aires.

[2] Young, J. & Klosko, J (2001) Reinventa tu vida. Editorial Paidós. Barcelona.

[3] Hellinger, B. (2012) Los órdenes de la ayuda. Editorial Alma Lepik. Buenos Aires.

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