viernes 26 de abril de 2024

Saber perder y recuperar la dignidad

¿Por qué nadie nos enseña a perder? ¿Por qué no nos enseñan a equivocarnos? ¿Por qué siempre hay que subirse al tren de lo que se supone que es “normal”?.

domingo 13 de noviembre de 2016
Saber perder y recuperar la dignidad

Hace unos días atrás tuve un sueño donde viajaba al extranjero y al pasar por la oficina de inmigración, me solicitaban algo irrisorio, un carnet que me autorizara a volar. Les explique que no lo tenía, que no iba a volar y que eso no correspondía que lo presentara. Aunque me queje y pedí explicaciones, no me dejaron pasar, me negaron el ingresar a ese país. Me tuve que volver y sentía impotencia, injusticia y frustración. Al despertarme, seguí sintiendo la frustración.

Cuando las cosas no son como esperamos, o hay deseos o expectativas que no se cumplen, nos visita la frustración, junto con otras emociones como el enojo y la tristeza. A veces se nos cortan las alas. Y si observamos la vida, hay un continuo de frustraciones que vamos transitando, y son esas pérdidas inevitables. ¿Nos preparan nuestras familias, la escuela, la televisión, la sociedad para sobrellevar de manera saludable las frustraciones de la vida? Claro que no.

Porque todo está orientado para que “ganemos”, para tener “éxitos”, para estar “pum” para arriba, porque si no seremos parte de los “perdedores”, los “fracasados”, los que quedan al margen, “marginados”. 

¿Por qué nadie nos enseña a perder? ¿Por qué no nos enseñan a equivocarnos? ¿Por qué siempre hay que subirse al tren de lo que se supone que es “normal”?

Nunca encontré un curso que diga: “Aprenda a perder y a retirarse a tiempo”, temática que aborda el psicólogo Walter Riso.

Intuyo que lo que pasa es que nos preparan para la lucha, para dejar todo en la cancha, para guerrear hasta las últimas consecuencias, para la exigencia, perfeccionismo. Y así estamos, con índices asombrosos de ansiedad, estrés,  y para contrarrestar esa hiperactividad, sea acude a una gran ingesta de ansiolíticos, comida, consumismo, alcohol y todo lo que calme o anestesie, ahhh!!! y después tomar algo para que te levante al otro día.

Esta vida acelerada no nos da tiempo a la reflexión, los tiempos se extralimitan, se llega más allá de los límites, sin tener en cuenta las consecuencias para nuestras emociones, nuestro cuerpo, nuestras relaciones que se deterioran. En una sociedad asín en donde el límite es vivido como frustración, esta última es vista como negativa, y no podemos ver su parte funcional y esencial. La frustración aparece cuando nos encontramos ante un límite. Y los límites pareciera que coartan nuestra libertad, como si libertad sería “tener todo”, “lograr todo” y que nada quede afuera.

Dice el escritor Irving Yalom: “ El hecho de que “las elecciones excluyen” es el motivo oculto por el cual tantas personas quedan paralizadas cuando llega el momento de tomar una decisión. Cada "sí” conlleva un "no”, y cada elección en un aspecto significa que debe haber una renuncia en otro. Muchos de nosotros nos negamos a entender que los límites, la reducción y la pérdida forman parte indisoluble de la existencia.”

Cuando la gente acude al médico o al psicólogo, lo hace porque sufre, porque le duele (el alma o el cuerpo o los dos a la vez). Pero muy poca gente se da cuenta que ese malestar esta producido y sostenido por una forma de vida, por un “guion de vida” a veces no consciente. Y ese guion y forma de vida está conformado por determinadas creencias, concepciones, visiones que vienen de lo aprendido en la familia, transmitido por generaciones, por la cultura, por la educación y medios de comunicación.

Y la verdad es que para vivir bien y sanar, hay que cambiar y resolver realmente los conflictos (no solo calmarse, descargándose hablando o tomándose un antiácido o Actron 600), hay que “soltar” ideas rígidas que mantenemos como que “yo tengo razón”, que el mundo debería ser como yo quiero, o deseo; que mis padres deberían haberme dado…..y que mis hijos tendrían que ser….ahhh y mi pareja tendría que hacer terapia para…. En general pensamos que los demás deberían cambiar, y/o nos vamos adaptando pasiva e incómodamente a lo que nos hace nos sufrir, nos apaga, nos conflictúa y resistimos en silencio o nos convertimos en un quejoso.

Evitamos los riesgos, nos quedamos en la zona de confort y vivimos ansiando la estabilidad, como si esta existiera. La vida es movimiento y cambio continuo. Un ejemplo de cómo nos aferramos a determinadas ideas rígidas se puede representar con el tema de la “mentira”. Un paciente venía de tradición de padres y abuelos trabajadores y honestos, en donde se mantenía tácitamente que decir la “verdad” siempre era un valor inamovible. Al paciente le costaba entender otro punto de vista, de que la mentira es una opción, y que no siempre es negativa.

Uno de sus problemas es que no se atrevía a decir no, y le pasaba que un pariente repetidas veces le pedía dinero, y luego no se lo devolvía, lo cual cada vez se sentía más impotente. Le explicaba que podía “mentir” a su pariente y decirle que no tenía el dinero para prestarle, como una forma de marcar una diferencia a su conducta automática y que lo hacía sentir mal. Le explicaba que más adelante, cuando se sienta más fortalecido y le vuelva a pedir dinero, pueda decir que -…lo tiene que pensar, que no sabe si es conveniente prestárselo- dilatando el tema.

Hasta que qué, cuando su autoestima esté fortalecida, podrá decir de plano que - no le va a prestar dinero, porque no quiere, porque ya tiene la experiencia de que después no se lo devuelve y que se cansó de ser abusado-. Aquí la mentira cumple una función, es parte de un proceso de recuperación de la propia autoafirmación, del propio poder. Y esto no significa que se convierta en un mentiroso ni que avalemos las mentiras, porque eso sería quedarse estancado en el nivel de la mentira y la evitación y no desarrollar nuevas herramientas más saludables y auténticas. 

Y así, vivimos juzgando las cosas como buenas o malas, sin darnos cuenta que nos atamos a esas concepciones que pueden ser relativas a la situación que estamos viviendo; y que algo que aparentemente es “muy bueno” quizás no lo sea tanto; y algo que consideramos detestable (como la mentira), puede llegar a ser necesario como parte de un proceso, (no como un fin en sí mismo). 

No percibimos que nuestra manera de estar en el mundo, depende totalmente de nuestra forma de pensarnos a nosotros mismos y de pensar cómo funciona la vida. Vivimos sin cuestionar nuestra vida cotidiana, tememos que nos rechacen, pasar hambre, perder el trabajo, que nadie nos quiera, ser un fracasado, que nos critiquen, y sin darnos cuenta permitimos que muchas de nuestras conductas sean moldeadas por el miedo. Y demasiadas veces estamos en batallas que no son nuestras. De hecho, por mi parte he dejado de ver la vida como una lucha, porque eso agota y te mantiene a la defensiva, prefiero frenar mi lucha interna y estar entero para vivir la vida como una aventura.

Aprender a perder es saber soltar cuando todo nos dice que ese no es nuestro camino. Como dice Joan Garriga: “Saber ganar sin perderse a uno mismo y saber perder ganándose a unos mismo”.

Perder significa soltar, dejar de oponer resistencia cuando todo nos indica que nos estamos agotando, que es en vano seguir luchando contra algo que nos insume gran cantidad de energía, nos frustra de continuo, nos desgasta, nos deja impotente o intuimos que lo que queremos lograr es más una cuestión de “orgullo-ego” (o quizás capricho) que algo posible, racional y realmente bueno para nosotros.

Y es todo un desafío soltar, el dolor y la tristeza no estarán ausentes, …se nos van parte, como dice mi amiga María Alejandra Suárez: “Cuando elegimos a veces desandamos caminos, y se nos van partes, soltamos, debemos inevitablemente soltar lo que creíamos que estaba bien, aunque sea algo sólo de uno mismo. Nos desarmamos, nos desgarramos, pero podemos optar por ver cómo salir de las oscuridades más profundas.”

Y cuando aprendemos a perder, y nos aventuramos a hacerlo, andamos más sueltos, nos sentimos liviano, ya no tenemos que mantener todo bajo control (que nos agota tanto), descargamos la mochila, y así podemos mirar al futuro desde un lugar diferente, sin la tenaza de las exigencias (ni hacia los demás, ni hacía sí mismo), disminuimos las expectativa en todo, nos relacionamos más con lo presente que con lo ausente (lo imaginado).

Si aceptamos con amor lo que verdaderamente queremos, es posible que perderemos ideas fundantes que ya no nos sirven, personas importantes que hay que dejarlas ir, proyectos ansiados, trabajos que ya tuvieron su tiempo, cosas materiales, pero nunca perderemos nuestra dignidad como persona, al contrario, la reforzaremos, porque cada pérdida nos da sabiduría y nos prepara para que podamos disfrutar plenamente y sin culpa “cuando nos vaya bien”.

Cuando nos atrevemos a perder, le estamos abriendo la puerta a millones de posibilidades inimaginables. Saber perder, es también, saber decir Sí a la vida, y volver a volar!

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