viernes 26 de abril de 2024

Vivir de cara a la vida

Una mirada del psicólogo Gustavo Marín para adentrarnos en la forma en la cual vivimos. Cómo alcanzar la plenitud priorizando lo que verdaderamente nos importa.

domingo 02 de octubre de 2016
Vivir de cara a la vida

Tiendo a pensar que los grandes temas que nos movilizan a los humanos son tres: El amor, la sexualidad y la muerte. Y me quede pensando en el último, la muerte y sus mil formas...

El tema de la muerte no solo surge con la muerte física de alguien o cuando imaginamos la nuestra, también está presente cuando culminamos algo, cuando algo llega a su fin, o cuando no se dio lo que esperábamos.

La temática de la muerte está directamente ligada a las pérdidas, toda pérdida lleva algo de muerte en su interior. Una sociedad orientada al éxito, al ganar, a ir para adelante, al progreso, a tener que estar siempre bien, a dar respuesta siempre, en una sociedad así, no cae muy bien hablar de pérdidas y muerte.

La amplia literatura sobre este tema dice que no aceptamos la muerte y las pérdidas como parte intrínseca de la vida, hay una gran negación y por lo tanto un exceso de positivismo que nos agota y nos pone maníacos.

Cuidado!!! aceptar la muerte no es mirar la necrológica del diario y las catástrofes de los noticieros; y tampoco pensar en abandonar el mundo. Aceptar la muerte es saber que siempre está presente, que va a suceder (no somos especiales), y que hacer consciente la muerte trae aparejadas emociones (tristeza, miedo, bronca) que transitándolas se transforman. Para aceptar la muerte hay que revisar qué idea tenemos sobre ella (que idea había en la familia también), integrar las pérdidas que me han tocado, saber si he podido estar triste y llorar lo necesario para que nada quede sin procesar. Yo me di cuenta que empecé a aceptar a la muerte cuando deje de negarme a ir a los velorios.

Hablar de la muerte es hablar de límites. De hecho la muerte es nuestro último límite. Los límites son esenciales para la vida, nos permiten sentirnos contenidos, son como las reglas de un juego, y sin reglas, es imposible jugar, uno no sabe a qué atenerse. Un adolescente sin límites, es un joven a la deriva, no tiene un punto de referencia, no posee un guía, ni contra quien rebelarse, no podrá desarrollar su identidad adecuadamente.

Los límites nos enseñan que no podemos todo, que no somos omnipotentes, que para vivir centrados, requerimos respetar los límites del cuerpo, de las relaciones, de las situaciones.

Cuando no respetamos los límites de la vida, seguro que terminamos estresados, agotados, nos extralimitados abusando de nosotros mismos; y posiblemente terminemos dañando a otros también con nuestra actitud. Aceptarlos significa que es indispensable elegir, y cuando uno elige deja algo afuera, pierde algo. Elegir es decidirme por algo, pero también perder algo, como dice el dicho: “no se puede tener la chancha y los veinte chanchitos”. Perdemos nuestra infancia con su inocencia y protección, pero ganamos la adolescencia con su despertar; perdemos nuestra adolescencia, pero ganamos la adultez con su autonomía y madurez; perdemos la fuerza de la adultez, pero ganamos la sabiduría que nos dan los años. Lo último que perdemos es nuestro cuerpo y lo demás es misterio. Por eso, cuando hablamos de reconocer los límites y las pérdidas en el transcurso de la vida, en lo más profundo nos remitimos a la aceptación de nuestra finitud.

El Psiquiatra Irving Yalom en sus muchos años de trabajo con pacientes enfermos de cáncer, ha observado como muchos de ellos han utilizado esta situación límite (que los pone de cara a la propia muerte) como una oportunidad para el cambio, para el crecimiento personal. Yalom describe algunos de los cambios significativos que se dan en muchos de estos pacientes, luego de haber aceptado su situación crítica:

 

* Priorizan las cosas importantes de la vida y minimizan lo trivial.

* Han obtenido una sensación de libertad, eligiendo no hacer las cosas que no deseaban.

* Viven el presente inmediato, más que posponer la vida al futuro.

* Revalorizan vívidamente los hechos cotidianos y elementales de la vida: cambio de estaciones, ver la lluvia, el cuidado del jardín, reuniones familiares, hacer una caminata, etc.

* Mantienen una profunda y auténtica comunicación con los seres queridos luego de la enfermedad.

* Poseen menos temores, menos preocupaciones por el rechazo y más disposición para asumir riesgos.

 

Por todo esto, aunque la idea nos incomode, aceptar la muerte con conciencia, nos pone de cara a la vida.

Carlos Castaneda dice que: “Si no se tiene en cuenta a la muerte, todo es ordinario y trivial.”

Una paciente que atendía con un cáncer avanzado, decía muy angustiada que no era su muerte lo que la preocupaba, sino el darse cuenta que no había vivido como había querido. Es que hablar de la muerte, nos hace pensar en cómo hemos vivido y estamos viviendo. He observado igual que Yalom, muchas transformaciones profundas en personas que enferman gravemente, por eso enfermar puede ser también una oportunidad. ¿Pero necesitamos enfermar gravemente para revisar cómo vivimos y que queremos realmente? Claro que no!!! Ahora, si alguien todavía no lo sabe, vivir requiere coraje. Vivir consciente y presente requiere que aceptemos que todo tiene movimiento, que nada es seguro y que tenemos que estar dispuestos a cambiar, a perder, a correr riesgos, a equivocarnos, a soltar una y otra vez y así orientarnos a lo que nos hace bien, a lo que nos merecemos, al Amor, a un Sueño, a un Proyecto, porque la vida tiene límite y solo avanza hacia adelante. Y también debemos aceptar el Desamor, y dejar atrás algún Sueño y derribar antiguos Proyectos que ya no son posibles y todo es para un nuevo impulso, un nuevo amanecer. El Psiquiatra Alexander Lowen dice que “…el miedo a la muerte, no es otra cosa que el miedo a la vida.” Y por mi parte (y no necesito ocultarlo) el miedo ha sido la emoción que más me ha acompañado, pero descubrí que si no enfrentaba mis temores, me moriría paralizado (y quejoso), me moriría sin haber saboreado la vida y allí elegí el riesgo, el coraje (que es poner el corazón por delante); y que aunque tenga miedo, lo haré igual.

El mundo no es tan sólido como se ve o piensan los materialistas realistas. La irrupción de la muerte todo lo hace ver más frágil, más vulnerable, derrumba todas nuestras certezas. Me gusta la idea de Espinoza de que “Todo lo que vemos y sentimos no es más que vibración y transformación.” Y hay algo que es vibración pura y está más allá de la muerte, es el Amor, etimológicamente Amor significa A=Sin y Mor=Muerte; Amor significa Sin Muerte. Cuando vivimos y vibramos en el Amor, dejamos atrás (aunque sea por unos instantes) el control, la finitud, los límites, la dualidad vida/muerte. Cuando nos entregamos, cuando amamos lo que hacemos, la muerte solo será algo que simplemente sucederá y podremos aceptar en paz, porque hemos dejado que la vida nos viva, hasta el final!!!

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