jueves 25 de abril de 2024

A UN AÑO: PENSAR LA CUARENTENA

La pandemia y el silencio de la filosofía

A 12 meses de que los argentinos vivenciamos la cuarentena, ¿qué podemos reflexionar sobre lo humano en estos tiempos?

sábado 20 de marzo de 2021
La pandemia y el silencio de la filosofía

*Por Nahuel Michalski

Ya en los años treinta del siglo XX, los filósofos comenzaron a observar el fenómeno por el cual la cultura estaba siendo secuestrada por los mercados de consumo masivo y las exigencias políticas de turno, perdiendo así su autenticidad y condición única, y quedando expuesta a los regímenes más totalitarios del fetichismo colectivo.

A dicho fenómeno los filósofos y sociólogos lo identificaron como el nacimiento tecnocrático de la famosa Industria Cultural; una forma de industria humana al servicio de las demandas del gran capital y a la que hoy nosotros, quizás de forma impávida, ingenua y lavada, denominamos Mainstream (televisión, redes sociales, prensa, construcción de figuras públicas y mediáticas, influencers, etc) o sencillamente “entretenimiento”.

Ahora bien, como se dijo, la forma cultural del capitalismo global es esencialmente fetichista. Esto quiero decir que, al igual que cualquier otra mercancía a la venta, la cultura mainstream está obligada a atender a una cierta manera de construcción y, sobretodo, de  presentación de sus “productos y servicios” que la dote de un halo fantasmagórico, ilusorio e incluso ideológico gracias al cual poder convertirse en algo deseable y apetecible para el público consumidor.

En dicho marco, una de las ideas más fetichistas que se puede observar es la de lo nuevo, lo novedoso y lo diferente. Es decir, al igual que cualquier otro producto a la venta, la cultura mainstream, es decir, masiva, también tiene que ser o decir algo “distinto” mes a mes; si no, no vende. A este terrible condicionamiento para su propia existencia, a este canon despótico para sencillamente “pertenecer” a los grandes mercados de distribución de ideas, se lo denomina actualmente, y quizá también de manera naif, como “progreso cultural” o “democratización de los saberes”.

Ahora bien, en virtud de lo dicho, es por lo que generalmente se cree (pues el capital ha instalado dicha idea para asegurar sus mercados) que la filosofía, ante un evento nuevo que conmociona a las personas, siempre tiene, asimismo, algo nuevo que decir; como si la filosofía se tratase de un cofre de los tesoros que ante la situación oportuna abre su compuerta y ofrece “ideas” de oro.

Pero es justamente dicha exigencia de cosas filosóficas inéditas, de “monedas de oro” en su pensar y decir, lo que no es más que fantasmagoría cultural reproducida a escala mundial: el público consumidor está esperando esa frase, esa idea o esa reflexión absolutamente novedosa o diferente, especialísima y distinta con la cual “dar cuenta” de un acontecimiento social vivido como disruptivo. Y entonces, la filosofía no solamente queda reducida al nivel de la mercancía, sino que además es teñida de misticismo y, como diría Adorno, de religiosidad capitalista: la religión de lo eternamente nuevo; la religión del “tener siempre algo para decir”, lo cual, como se sabe, también es la religión de “ser cómplice del estado de cosas”: la filosofía no puede ser más cómplice del horror padecido por las personas que cuando se esfuerza mercantilmente por tener “un nuevo discurso o interpretación” con el cual abordar lo que acontece.

Paradójicamente, y más aún, la filosofía no sólo no tiene siempre algo novedoso para decir (pues no es un cofre de los tesoros), sino que, y quizás a modo de tragicomedia, ya haya dicho todo lo que se podía decir al respecto de ciertas cosas (aunque dicha consideración no sea la más apetecible para los mercados de ideas).

Es por esto mismo que siempre fue, y siempre será, en algún punto, esencialmente conservadora. Y es por esto que, como diría Benjamin, está obligada no a explicar siempre lo “nuevo” (que en realidad nunca es tal) y según “nuevas formas” que en realidad no son más que filisteismos sintomáticos, sino a “mirar para atrás” en pos de recordar lo que pudo haber sido para la historia humana pero no fue gracias a los intereses particulares de algunos pocos puñados de poderosos. Es decir, si, por ejemplo, se le pregunta a la filosofía por la pandemia, ella debería responder que no es nada que no se pueda explicar con la lógica de los griegos, la del imperio romano, el misticismo judeocristiano, la espiritualidad oriental, la gnosis y la magia medievales, la filosofía de Hobbes y Hegel, o las predicciones de Hannah Arendt y Heidegger.

En otras palabras, no hay nada “nuevo o distinto” en esto, nada realmente novedoso para decir o pensar con respecto al año que se cumple desde el inicio de la pandemia; ya todo se ha dicho, incluso antes del acontecimiento mismo, el cual, en el fondo, si se lo piensa según la forma y no el contenido, tampoco es radicalmente diferente, pues no es otra cosa que un nuevo modo más avanzado de ejercicio del control sobre la población, algo que se viene practicando desde hace milenios. Ya lo dijo la Biblia: “nada nuevo bajo el sol”; sólamente más dominio y más poder.

¿Acaso no alcanza con leer a Maquiavelo para entender qué ha ocurrido con la pandemia? La famosa Sopa de Wuhan (libro que el año pasado pretendió recoger las reflexiones filosóficas de ciertos pensadores de renombre en torno a la pandemia) no fue más que un mainstream académico, y me ha llamado la atención que algunos cráneos que vuelan tan alto se hayan prestado para esa elaboración.

Por ello mismo, lo dicho nos invita a pensar que quizás la tarea de la filosofía frente al año de pandemia no sea la de forzar pensamientos nuevos y distintos con los cuales complacer las exigencias mainstream del público consumidor, sino ,y contrariamente, enfatizar justamente el hecho de lo terrible y angustiante de que ya no haya nada nuevo para decir. De que lo que ocurre continúa ocurriendo aunque ya se ha dicho todo al respecto.

Esta parece ser la tragedia de la condición humana: su insalvable abismo entre lo que dice y piensa, y lo que luego realmente se pone en práctica. Es decir, quizás la tarea de la filosofía no sea la de explicar siempre de forma renovada y fetichista lo que en realidad ya todos sabemos, sino abocarse con espíritu severo a denunciar (no ha explicar); ha apuntar con su dedo y decir “esto ya se ha dicho y aún así ocurrió igual”.

Quizás lo que haya que hacer para denunciar con rigor la manera brutal según la cual se dirige y administra el sino humano en este mundo, los modos tecnocráticos y corporativos con los que se determina depostica y unilateralmente las nuevas formas de existencia de las poblaciones a escala global, no sea la de siempre “tener algo para decir” misterioso y deseable para el mainstream, sino, y contrariamente, saber callar para que la solemnidad del silencio ante el desastre diga más que cualquier otra verborragia masiva. Si Adorno dijo que “escribir poesía luego de Auschwitz era un acto de barbarie”, bien, entonces digamos nosotros que “el mainstream filosófico luego de la Pandemia no es más que un acto de complicidad”.

Nahuel Michalski es licenciado y profesor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en el área de la filosofía política y el análisis cultural a partir de temáticas atinentes a la metafísica del poder, la construcción de subjetividad colectiva y la relación entre discurso y realidad. Ha dedicado los últimos años a la tarea docente, la investigación de grado y la divulgación de la filosofía a través de múltiples plataformas digitales, espacios de encuentro y medios de prensa con el fin de hacer de dicha disciplina un campo público de participación y construcción de ideas.

Su tarea es difundida a través de las redes Instagram Facebook donde se lo puede encontrar como Charlas de Filosofía.

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