viernes 26 de abril de 2024

ESCUELA ALBERGUE

Historias de una escuela rural: establecimiento 245, Villa Llanquín

Un pequeño grupo de niños y niñas asisten a clases, donde ya son una familia que comparte el día a día de una manera totalmente distinta a la ciudad.

sábado 25 de mayo de 2019
La escuela se creó en 1941 gracias a la donación de tierras de Lucio Llanquín.
Fotos: Marcelo Martínez.
Fotos: Marcelo Martínez.

Por Claudia Olate

Todavía está oscuro. El día no despunta, pero los balseros ya llegaron a la maroma. Los primeros autos en cruzar el Limay, que ahora tiene un poco más de correntada, son de los docentes de la Escuela Albergue 245.

La corta distancia con Bariloche hace posible que los maestros puedan ir y volver, pero no es tarea fácil, económica ni mucho menos, liviana. Algunos se agrupan, se ponen de acuerdo y organizan un viaje en cada auto, variando los días.

La escuela abre sus puertas y el calorcito invita a entrar. Afuera la bandera está a media asta, esperando ser izada por los alumnos elegidos para la tarea de ese viernes. Adentro, los trabajadores se saludan y los niños que empiezan a llegar juegan, charlan y se acomodan en el espacio.

En la Escuela funcionan todos los niveles educativos. (Foto: Marcelo Martínez)

En la Escuela 245 no se forma fila como suele ocurrir en los establecimientos de ciudad, donde el número de estudiantes obliga a hacerlo. Aquí, a las 8,30 se arma una ronda, se canta con un parlante de fondo mientras varios chicos acompañados de una maestra izan la bandera. En la ronda también se comparten novedades o inquietudes.

Finalmente, toca el turno de pasar a las aulas. Los cursos son compartidos. En la institución, que fue creada hace más de 7 décadas, concurren a clases unos 30 alumnos, de distintos niveles. Por esto, se trabaja con dos o tres grados juntos en un mismo espacio y esto implica, también, un desafío para los docentes.

E n el mismo espacio funcionan varios grados. (Fotos: Marcelo Martínez)

“Los chicos son reflexivos y muy críticos y el lugar te permite trabajar de manera más integrada”, indica Isabel Castillo, una de las maestras de primer ciclo. La docente relató que en el aula trabajan con espacios dedicados a distintos saberes. Dedican mucho tiempo a la parte de Ciencias Naturales pero aplicado a las plantas, al invernadero donde siembran distintas verduras y en poco tiempo implementarán también el cultivo hidropónico.

Con lo que ellos mismos cultivaron, se realizaron variedades de tés, aceites y otros productos. “Nos gusta que los chicos amplíen el conocimiento sobre las plantas y la producción”, sostuvo Isabel desde un aula donde hay plantas por un lado, y un “rincón” de matemáticas por el otro.

Los docentes viajan a diario para dar clases en la Escuela rural. (Foto: Marcelo Martínez)

En la escuela “se generó una familia”, afirma por su parte Edith Sosa, una de las auxiliares que llegó hace poco al lugar y vive allí permanentemente. Es que la escuela no solo es el edificio donde se dictan las clases, sino el lugar donde se realizan las reuniones, donde se congrega el pueblo para celebrar alguna peña o donde acude cualquiera que necesite una fotocopia, por ejemplo.

En la escuela trabajan tres maestras de grado, cuatro auxiliares, la directora más cinco docentes de áreas especiales. Hacia un lado del edificio se encuentra el albergue donde duermen actualmente dos alumnas que asisten a clases desde un campo bastante alejado. “Llegan a caballo los lunes y se vuelven a su casa los viernes”, explican en la institución.

Son alrededor de 35 alumnos los que concurren al establecimiento. (Foto: Marcelo Martínez)

De fondo se escuchan ruidos. Un pasillo lleva a la cocina. Allí trabajan tres mujeres que se turnan para cocinarles a los chicos y docentes el desayuno, almuerzo y merienda.  Una de ellas, Ana, lleva 27 años trabajando en la escuela. “Vi crecer a los chicos que hoy traen a sus hijos y algunos, hasta con nietos ya”, dice mientras prepara infusiones.

Hay tres mujeres encargadas de la comida de los niños que desayunan, almuerzan y meriendan. (Foto: Marcelo Martínez)

En la mesa, Mariana acomoda las rebanadas de pan sobre las fuentes que irán al horno. Después, en un carrito, sale todo prolijamente servido: tostadas con queso y dulce de membrillo y vasitos para servir el matecocido o la chocolatada. “Me encanta mi trabajo, cocinamos todos los días algo distinto, con lo que van mandando, pero hay bastante variedad de ingredientes”, detalla con una amplia sonrisa en la cara.

Llega el recreo, lo nenes salen al patio interior. “¿Querés jugar al elástico con nosotros?”, invitan y mientras algunos volvemos a practicar el juego que ya está casi en desuso en la ciudad, otros aprovechan a desayunar. “Los nenes de Llanquín tienen una creatividad que sorprende a cualquiera. La libertad de juego que tienen, es increíble”, resume Albertina Señudo, una de las otras maestras que forma parte de esta familia. (ANB)

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