jueves 28 de marzo de 2024

Bariloche y sus encantos: una travesía por el cerro López

Sumergite en este relato y conocé detalles de una caminata bellísima. ¡No te pierdas la galería de fotos!

domingo 11 de febrero de 2018
"Encontrarnos solos en la noche observando miles de estrellas es una experiencia única", asegura Federico Viegener.

Por Federico Viegener (*) 

 

Este verano la primera travesía por la montaña tuvo lugar bastante más tarde de lo pensado. No sabría decir si fue porque el buen clima tardó en decir presente, algo de vagancia o que Bariloche es una ciudad en la que la buena cerveza abunda y las excusas para disfrutarla siempre sobran (seguramente la cuestión venga por este lado). Finalmente, junto a Ignacio, más conocido como “El Nono”, decidimos transitar un sendero que hace un tiempo teníamos en mente. El Cerro López por “Palotinos”. Una picada poco frecuentada que tiene su inicio en Bahía López (Circuito Chico, Lago Nahuel Huapi).

El Cerro López (2075 msnm), bautizado así por Francisco Pascasio Moreno en honor al autor del Himno Nacional Argentino (Vicente López y Planes), es una montaña emblemática de Bariloche. Es uno de esos cerros que a lo lejos todos identificamos y que desde los inicios de la ciudad ha albergado las travesías de grandes montañistas.

Considerando que pondría a prueba las piernas luego de un tiempo de escasa actividad, varias cosas quedaron fuera de la mochila. Si bien trato de manejar el concepto de “cuanto más liviano, mejor”,  se pone difícil la cuestión cuando llega la hora de preparar la cámara. Esta vez, decidí salir con un solo lente, el gran angular. De esta forma, el equipo fotográfico estaría integrado por una cámara, un lente y un trípode compacto, sumando alrededor de 3 kg. Luego de unos minutos y varios controles mentales del tipo “¿de qué me estoy olvidando?”, la mochila estuvo lista para su primer paseo.

Alrededor de las 15 hs llegamos con Ignacio a Bahía López. El lugar explotaba. Autos por todos lados y mucha gente disfrutando del lago. Mientras caminábamos adentrándonos en el bosque era imposible no hacer algún chiste sobre dejar la mochila y quedarnos ahí.

Según lo que habíamos investigado, teníamos por delante una caminata bastante exigente, de 1200 metros de desnivel, con importantes pedreros, que requiere superar algunos resaltes rocosos y sin agua hasta llegar a la hoya del cerro. Esta última cuestión ameritaba que cada uno de nosotros llevara varios litros de agua.

Luego de unos minutos arribamos al Mirador del Brazo Tristeza. En otro momento hubiera sido una parada obligada, pero esta vez caminábamos con la ansiedad de descubrir con que nos sorprendería el camino. Fue así que no mucho más adelante cuatro cóndores pasaron muy cerca nuestro, volando bien pegados a la montaña. Ahora sí nos detuvimos y nos quedamos contemplándolos. Creo que por más que haya tenido la suerte de verlos decenas de veces, siempre va a ser inevitable quedar cautivado.

Seguimos avanzando por el sendero que ahora se había convertido en un camino de cornisa, hasta llegar a unos troncos que están colocados en un espacio en el que se nota que el camino original se desmoronó. Este es un excelente lugar para decidir si continuar o no. Si ese paso produce vértigo, mejor volver a Bahía López. Superado este puente el camino se interna un poco más en la montaña y a partir de allí es ir ganando altura a cada paso.

Luego de varias paradas para tomar agua, admirar el paisaje y comer algunos frutos secos (una muy buena opción para darle energía al cuerpo) llegamos a otro paso de dificultad que pondría a prueba nuestra pericia. Nos encontramos con una pared de piedra de unos 5 metros de altura que debíamos superar para poder continuar. La soga parecía tener un buen tiempo en el lugar y era imposible saber cómo estaba atada, así que no quedaba otra que confiar. Me agarré firmemente, coloqué los pies en la pared y subí. Fue en ese momento que pensé “qué bueno que la mochila no está tan pesada como otras veces”.

Superada la pared y continuando el ascenso, ingresamos en un pedrero de lajas de grandes dimensiones, en el que tuvimos que pensar cada paso, ya que las piedras no están firmes y tienden a oscilar al ser pisadas. En varias ocasiones esas piedras se fueron para abajo y nos quedamos mirando su caída hasta donde la vista lo permitía, después seguíamos su descenso escuchándolas rodar. En esta parte es necesario ir muy atento a las pircas, las que se vuelven casi imperceptibles al estar levantadas sobre un mar de piedras. Todo se ve del mismo color y existen montículos naturales de rocas por doquier, por lo que identificar el camino es una tarea que requiere mucha atención.

Justo al atardecer y tras seis horas de marcha bastante exigentes, llegamos a una falsa cumbre cercana a la Punta Norte del cerro. Allí pasaríamos la noche.

Luego de algunas fotos del atardecer y aprovechando las últimas luces del día iniciamos el operativo “armado de la carpa”. Siendo sincero, llamarlo operativo es un poco mucho, las carpas de hoy en día son livianas, simples y se arman en pocos minutos. Lo que nos complicó un poco la tarea fue el lugar. Contábamos con un solo espacio en el que la carpa podía entrar (por suerte bastante plano) pero estaba lleno de piedras. Así fue que estuvimos varios minutos en una tarea minuciosa de “limpieza”. Hacerlo a las apuradas, puede importar tener una noche bastante incomoda, producto de alguna roca que se empeñara en hacernos saber que la habíamos dejado ahí, justo debajo de nuestra espalda.

En ese momento y ya pisando las 22 hs, llegó un momento bastante esperado… la cena! Si bien los frutos secos y las frutas ayudaron a subir livianos, ya era hora de darle algunas calorías más al cuerpo. Decidimos guardar la clásica picada para el mediodía siguiente (salamín y queso) y directamente comer los sándwiches que habíamos llevado. En otro momento hubiéramos utilizado el calentador para cocinar fideos o arroz con alguna salsa o atún, pero previo a salir analizamos que no tendríamos agua hasta la mañana siguiente, así que era preferible conservarla para hidratarnos. 

Apenas se hizo de noche, sin dejar pasar ni un minuto más, preparé el equipo para capturar la foto que tenía en mente. El cielo que estábamos contemplando era realmente increíble, estaba absolutamente despejado, siendo ideal para una panorámica que permitiera compartir la vista que estábamos disfrutando en las alturas. Busqué un punto en el que Ignacio pudiera pararse para estar en el centro la de imagen y ensayé el movimiento que debería realizar para obtener las veinte tomas que compondrían la fotografía final. Comprobé que todos los parámetros estuvieran bien configurados por última vez y empecé a construir la panorámica, tarea que requiere estar bastante concentrado por un poco más de 10 minutos. 

El resultado, luego de la unión de las veinte tomas en la computadora, es una imagen (ver foto principal) en la que puede verse (de izquierda a derecha): Brazo Tristeza (Lago Nahuel Huapi), Cerro Tronador (detrás aparecen las luces de Puerto Montt y Puerto Varas), Cerro Capilla, inicio del Brazo Blest (Lago Nahuel Huapi), Cerro Millaqueo, Villa la Angostura, Isla Victoria, Circuito Chico, Lago Moreno (Oeste), Isla de los Conejos y detrás de la montaña las luces de Bariloche y Dina Huapi; en el cielo (iniciando en el centro de la imagen y también de izquierda a derecha): las Pléyades (cumulo estelar), Constelación de Orión, Sirio (la estrella más brillante de todo el cielo) y la Vía Láctea estival.

Con la alegría y la tranquilidad de haber logrado la foto anhelada (aunque debo confesar que no estoy 100% tranquilo hasta bajar los archivos a la computadora) decidí buscar algunas imágenes más, ya pensando en lo que vendría después.

Mientras uno está sacando fotos tiene varias cosas en mente, aún más al realizar panorámicas, lo que determina que recién al terminar llegue el momento de relajarse. Estas fotografías requieren que uno vaya girando la cámara entre toma y toma sin dejar pasar mucho tiempo (la Tierra no deja de girar y esto puede ser un gran problema si tardamos mucho en sacar cada foto a la hora de unirlas). Cuando la cámara vuelve a su estuche, ese estado de concentración puede ponerse en off, cediendo su lugar a la contemplación.

Las salidas a la montaña deben ser debidamente planificadas, evaluando la dificultad del sendero y las aptitudes físicas y técnicas que poseemos. Se debe tener en cuenta el pronóstico, llevar el equipamiento adecuado, ir acompañado y completar el registro de trekking (se puede hacer online en www.nahuelhuapi.gov.ar). En cuanto al fuego, solo se debe encender en los lugares permitidos y previo a retirarse apagarlo correctamente. Por último, resulta fundamental tomar una importante cantidad de líquido para mantenerse hidratado. En tal sentido, es importante conocer si durante nuestro recorrido tendremos acceso a arroyos y vertientes, caso contrario estaremos obligados a llevar más agua en nuestra mochila.

Ya sea que subamos una montaña o simplemente nos alejemos de la ciudad unos kilómetros, considero que encontrarnos solos en la noche observando miles de estrellas es una experiencia única. Ese momento de silencio nos invita a la reflexión y nos ofrece la posibilidad de descubrir la verdadera dimensión de muchas cuestiones. Para cada uno serán pensamientos distintos, propios de su vida y su realidad. En mi caso suele despertar una gran preocupación por nuestro planeta. No puedo dejar de pensar que vivimos en un pequeño punto azul perdido en el Universo y ese es nuestro hogar, nuestro único y compartido hogar. Cuando esa idea echa raíces en la mente es imposible no pensar en la necesidad de que todos, desde nuestros respectivos lugares, nos ocupemos de cuidar nuestra casa, a la que también llaman “Tierra”.

Vivimos en un lugar de gran belleza que merece ser disfrutado y que mejor forma de hacerlo que caminando sus montañas, recorrer sus senderos haciéndonos amigos del viento y la distancia, buscando una verdad para nuestros corazones.

(*) Abogado y fotógrafo. Conocé sus trabajos en www.federicoviegener.com

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