martes 23 de abril de 2024

Análisis

El eslabón perdido: reconstrucción de un mito

Néstor Vidal habla sobre el término utilizado para describir fósiles que se cree, unen la división evolutiva entre los primates superiores monos, simios y humanos.

domingo 23 de octubre de 2022
El eslabón perdido: reconstrucción de un mito

 Por Néstor Vidal*

El eslabón perdido por mucho tiempo ha sido un término utilizado para describir fósiles que se cree, unen la división evolutiva entre los primates superiores monos, simios y humanos. Estos fósiles poseerían las propiedades evolutivas intermedias, tanto de los rasgos originales de los antepasados como de los rasgos de los descendientes evolucionados, mostrando así una conexión clara entre los dos.

Técnicamente también se le conoce como morfologías o formas de transición. Este último par de términos son más aceptados por los científicos, quienes han llegado incluso a avergonzarse del término eslabón perdido. La razón sugiere mucha más importancia y significado del que realmente tiene. Ejemplo de esto es el último descubrimiento de fósiles homínidos en África que se cree son un posible antepasado inmediato del linaje humano, pero no es un eslabón perdido. Éste es un término anticuado en la biología. La mayoría de nosotros creemos que debería olvidarse y nunca usarse. Esto lo ha declarado el famoso paleontólogo de la Universidad de Wisconsin John Hanks, quien además compartió: “Es obvio que nunca podremos recuperar a todos los individuos o eslabones que contribuyeron genéticamente a que las especies actuales evolucionaran”. Además, el buscar un eslabón perdido implica una ignorancia total. La idea de que existan eslabones perdidos en la evolución proviene de la teología medieval, una idea que sobrevivió a Darwin y que aún persiste.

Hace unos 150 años, cuando Charles Darwin publicó su teoría de la evolución a través de la selección natural, la comunidad científica comenzó a aceptar que los humanos, a pesar de nuestro comportamiento sofisticado, pertenecemos al mismo árbol genealógico que todos los demás animales.

Esta idea llevó a dos conclusiones:  Primero, nuestra especie no es hija única en algún lugar del mundo natural, hay al menos una especie de animal que está más estrechamente relacionada con nosotros que cualquier otra. En Segundo lugar y lo que es más importante, nuestra especie tiene un padre perdido hace mucho tiempo. Años después de la publicación de “El origen de las especies”, el naturalista alemán Ernst Haeckel influenciado por todas las ideas evolucionistas de las que había leído, sembró la semilla. Aquel se atrevió a escribir una secuencia evolutiva para el hombre que constaba de 24 etapas de las cuáles, la penúltima correspondía al eslabón perdido situada a medio camino entre los primates y el humano moderno. Tan convencido estaba de su existencia, que hasta le otorgó un nombre, el “Pithecanthropus alalus”, hombre “mono sin habla. Sin embargo, la primera evidencia de una especie humana primitiva y extinta ya existía. Sería en septiembre del año 1856 cuando unos obreros hallaron en una cueva huesos fosilizados, que pertenecían a un ser humano muy diferente del hombre contemporáneo. Sin ser conscientes de ello, se había descubierto al Hombre de Neandertal. El concepto de eslabón perdido pronto cobraría mucha fuerza, la suficiente como para convertirse en una clase de mito científico. La idea de la gran cadena evolutiva cobró mayor interés durante los siglos XVIII y XIX, cuando las Ciencias Naturales se empezaron a ordenar y clasificar a los seres vivos y surgieron los primeros conceptos de evolución. Los que estaban en contra como a favor de la evolución requerían la prueba del eslabón perdido para con ello, poder ubicar al hombre en el lugar que le correspondía en la cadena evolutiva que comenzó la caza por el eslabón perdido. Unos de estos cazadores fue el holandés Eugène Dubois, médico de profesión que se embarcó como voluntario del cuerpo médico de la Armada Holandesa de las Indias del Este. Esto con la intención de aprovechar sus servicios militares para realizar su búsqueda “Paleo antropológica”, de los orígenes del hombre. En marzo del año 1891, su búsqueda tendría recompensa en la isla de Java, ahora parte de Indonesia. Locales encontraron en una excavación varios fósiles, entre ellos una mandíbula. Un año después, Dubois continúa encontrando restos y descubrió que estos pertenecían a una especie que nombró “Homo Erectus”. Pronto toda la comunidad científica se encontraba analizando esta información. Algunos eran reacios a creer que el fósil de Dubois era el eslabón perdido entre los primates y los humanos. Otros, Por su parte se mostraban más positivos ante el hallazgo. Él es, sin duda, el largamente buscado eslabón perdido, el mismo que propuso en el año 1866. Así lo llegó a declarar el propio Haeckel. La falta de pruebas fósiles, que hasta entonces había sido el argumento de aquellos contrarios a la evolución, ya no era un problema. Pero aquel descubrimiento aumentó la exigencia. Ahora la sociedad requería nuevos eslabones perdidos. Durante el siglo XVIII y XIX aparecieron eslabones perdidos de todo tipo hasta convertirse en un concepto popular en periódicos, libros y películas. Se convirtió en una obsesión para una parte importante de la sociedad. El único interés era definir la humanidad, marcar las diferencias entre lo que somos los humanos respecto a todos los otros organismos. A finales del siglo XVIII y principios del XIX comenzaron a surgir eslabones perdidos vivientes, exhibiciones de gente de diferentes etnias vestidos en trajes folklóricos y otros rasgos culturales exóticos. Individuos que estaban a medio camino entre los primates y los civilizados europeos. Uno de estos casos fue creado, una niña de Krao de Laos afectada de Hipertricosis, también conocida como el “síndrome del hombre lobo”, el cual es la presencia de pelo lanudo,

velloso, o terminal excesivo y anormal en lugares del cuerpo o la cara. Krao supuestamente fue capturada en el año 1881 por el explorador Carl Bock., que la niña era presentada como parte de una tribu primitiva. Dos años después de haber sido cazada fue exhibida en Europa de la mano de Antonio el Gran Farini, nombre artístico de William Leonard Hunt, un funambulista y promotor de espectáculos canadiense.  En la propaganda se leía lo siguiente: “El eslabón perdido, una prueba viviente de la teoría de Darwin del origen del hombre”. El concepto del eslabón perdido pronto comenzó a desvirtuarse, la gente ganaba dinero con él, se usaba desde todos los ámbitos sociales, con objetivos muy diferentes. Aparecía en la literatura, en la publicidad, en la sátira, así como en los zoológicos y en las exposiciones de feria. Itinerantes como las expuestas anteriormente, científicos y no científicos competían por haber encontrado el verdadero eslabón perdido. Tal fue la avalancha de eslabones perdidos que incluso algunos se preocuparon por el uso desmedido del término, como el antropólogo Edward Clodd, quien declaró lo siguiente: “El hombre ni desciende ni es hermano de los simios. Más bien es una especie de primo de estos. No hay un eslabón perdido, nunca ha habido ninguno, al igual que observamos semejanzas y diferencias entre los simios. Lo mismo sucede entre éstos y los humanos. Las semejanzas explican por descender de un mismo ancestro. Las diferencias aparecieron lenta y sutilmente de formas muy diversas. Los primates constituyen las ramas superiores del árbol de la vida. Cuya rama más alta es el hombre”. A este argumento no se le dio mucha relevancia en su tiempo para muchos otros científicos evolutivos vale, antropólogos y arqueólogos, solo era la forma de restar importancia a los descubrimientos de los otros. Aunque afortunadamente el eslabón perdido con los años ha disminuido la esencia racista o supremacista de la que gozó en el siglo XVIII y XIX. En el ámbito periodístico y científico sigue estando presente en la actualidad, continúa siendo un titular sensacionalista, muy usado por la prensa e incluso algunos científicos para divulgar sus nuevos descubrimientos. Por ejemplo: Del Australopithecus africanus en el año 1924, el Homo habilis en el año 1964, con Lucy (Australopithecus aferensis) en el año 1974 y así con cada uno de los nuevos hallazgos que ha ido aportando luz o complejidad a la reconstrucción de nuestro pasado o el de nuestros antecesores.

EN CONCLUSIÓN: Desde el punto de vista científico no tiene ningún sentido hablar sobre eslabones perdidos porque el número de ellos es interminable. Además, pretender dibujar una cadena perfecta de transiciones de una forma a otra es una utopía que hoy resulta imposible. Porque la evolución implica cambios graduales y continuos en el tiempo. El conocimiento actual de genética y las numerosas pruebas que se tienen de microevolución nos enseña que la evolución no funciona con eslabones en los que en un momento tenemos una especie y al siguiente tenemos algo completamente diferente. Al contrario, paso a paso, la vida avanza continuamente, para ganar cada vez más complejidad. -

“Centro de Investigación Forense y Nuevas Tecnologías”

 

*Néstor Vidal, 22 años de experiencia en el campo de la Investigación Forense Técnica Científicas y de Nuevas Tecnologías, incluidos los mercados de automotriz, Biotecnología, Robótica, Inteligencia Artificial - “Centro de Investigación Forense y Nuevas Tecnologías”

 
 

 

 

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