viernes 19 de abril de 2024

La estética de la guerra

Una mirada filosófica sobre los conflictos bélicos, Malvinas, los veteranos y de cómo "se construye el horror".

sábado 03 de abril de 2021
La estética de la guerra

*Por Nahuel Michalski

En cierta ocasión, tuve el enorme agrado de cruzar algunas palabras con José María Rodríguez, vecino ilustre de la ciudad de Bariloche y veterano de la Guerra de las Malvinas. José no solamente me resultó un ser humano cálido, cordial y amable, sino que además ese día también me transmitió una idea a modo de enseñanza: la Guerra de las Malvinas fue, para él, todo menos heroísmo. Más aún, José no se sentía “orgulloso” de haber participado de ella, de haber puesto su cuerpo a disposición de una masacre involuntaria decidida al “tun tun”. Tampoco “orgulloso” de “defender” nada: ¿cómo se puede estar orgulloso de algo que no se elige y de lo que tampoco participan todos, sino sólo aquellos que pagarán los platos rotos de las decisiones de otros tantos que, en verdad, tampoco son muchos? Ya lo dijo Paul Valery cuando se refirió al desastre de la Primera Guerra Mundial: “la guerra es una masacre entre gente que no se conoce en beneficio de gente que sí se conoce pero no se masacra”.

En este marco, la enseñanza de José me resultó de importancia capital para reflexionar acerca de cómo se construye la épica bélica y la estética del horror. Cómo logra el poder que la obligación por él impuesta sobre las masas de participar de un conflicto bélico sea vivenciado por éstas como grandilocuente heroísmo épico. Recordé entonces cuando mis padres me contaban sobre el famoso “Vamos ganando” de los diarios de la época, encargados, financiamiento mediante, de reforzar dicha épica tribunera del pugilato y de la lógica bizantina del amigo-enemigo, todos ellos al servicio de cebar a las multitudes para conducirlas al éxtasis efervescente de un nacionalismo tironeado y mutilado al mismo tiempo que los cuerpos inocentes eran acribillados y las donaciones enviadas por los seres queridos, desviadas y malversadas.

¿Cómo entender entonces la aceptación masiva de esta liturgia de la victoria bajo un conflicto que sólo puede entenderse como horror y barbarie? Seguramente esto no resulta ser el producto de la razón y el entendimiento serenos. No parecería ser la neurosis beligerante impresa en las mayorías, enmarcada en simbología abstracta y cánticos de barricada sobre el “honor patriotico”, algo del orden de los juicios reflexivos, conscientes y tranquilos. Parecería ser, mas bien, un comportamiento puramente sentimental, es decir, perteneciente al orden de las pasiones irracionales, de eso que los griegos llamaron el pathos. Qué importante recurso estratégico resulta para el poder el fogoneo del pathos colectivo a la hora de encauzar fuerzas tanáticas y destructivas. Qué fundamental resulta para el poder la exacerbación de lo patológico en las masas en nombre de esta estética de la guerra. Una estética que, como toda otra estética en general, busca extraer placer de las imagenes asociadas a la contemplación. En este caso, lo patológico es, precisamente, que dicho placer advenga sobre las mayorías a partir de la observación del genocidio administrado; un genocidio teñido de cánticos de victoria.

Una última pregunta que me queda vacante: los que fueron obligados a ir a las Islas, los que sufrieron el cuerpo mutilado y la desesperación de la incerteza del terror, los que se vieron a sí mismos forzados a una soledad acompañada de desconocidos, fría y aterradora: ¿vivieron dicho escenario de muerte bajo el mismo pathos estético y el mismo discurso heroico que atravesaba a las multitudes en las plazas del continente? José me asegura que no; y yo le creo: parecería ser entonces que la épica de guerra y la lógica de tribunas sólamente se goza, no sin cierto morbo, cuando no es uno el que fue obligado a poner el cuerpo.

Van a ser casi noventa años que un día, reflexionando sobre las consecuencias horrorosas de la guerra en Europa, el gran pensador alemán Walter Benjamin supo condensar lo dicho hasta aquí en una frase que quedará para la posteridad, y que quizás nos ayude a pensar cuán “orgullosos” estamos de los conflictos en los que otros nos hacen participar: “...sólo la guerra hace posible movilizar todos los medios técnicos del tiempo presente, conservando a la vez las condiciones de propiedad” (1936).

Quizás, con respecto a aquellos jóvenes soldados que no eligieron tener sus botas metidas en el hielo durante meses de soledad, valga la pensar que no fueron “héroes”, sino tan solo sacrificados según una lógica y una estética que no correspondían a lo que estaban vivenciando, a lo que los obligaron a vivenciar. Mis respetos entonces a todos ellos; no por haber participado de una causa que no eligieron sino por ser el fiel reflejo de aquello que siempre tiene que ser rechazado por los pueblos y nunca vitoreado con loas épicas, a saber: la guerra, la masacre de los muchos que no se conocen en beneficio de los pocos conocidos pero que nunca se han masacrado.

Nahuel Michalski es licenciado y profesor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en el área de la filosofía política y el análisis cultural a partir de temáticas atinentes a la metafísica del poder, la construcción de subjetividad colectiva y la relación entre discurso y realidad. Ha dedicado los últimos años a la tarea docente, la investigación de grado y la divulgación de la filosofía a través de múltiples plataformas digitales, espacios de encuentro y medios de prensa con el fin de hacer de dicha disciplina un campo público de participación y construcción de ideas.

Su tarea es difundida a través de las redes Instagram Facebook donde se lo puede encontrar como Charlas de Filosofía.

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