jueves 18 de abril de 2024

Columna

Violación grupal en Palermo: la relativización del horror

El flósofo Nahuel Michalski realiza un análisis sobre el abordaje del hecho y la "relativización" que realiza siempre, un sector de la sociedad.

domingo 06 de marzo de 2022
Violación grupal en Palermo: la relativización del horror
Foto: archivo.
Foto: archivo.

Por Nahuel Michalski*

Durante el transcurso de la semana nos hemos enterado de otro acontecimiento horroroso en este mundo que cada día se desangra con más vehemencia y rapidez: la violación de una mujer por parte de seis violadores. Si, ni bestias, ni monstruos, ni enfermos; violadores conscientes y decididos.

Al escribir las presentes líneas, lo primero que indagué es si debía utilizar el concepto de horror, barbarie o tragedia, y me decidí por el primero: lo horroroso. Pero, ¿a que se debió dicha selección conceptual? A que lo trágico, tal y como lo entendían los griegos, resulta ser lo inevitable, lo inexorable, lo que no se puede impedir. Lo trágico es aquello que, por motivos metafísicos que escapan al control del humano, se encuentra históricamente destinado a acontecer, y, además, a acontecer de una cierta manera. La violación del cuerpo de una persona, su vejación, humillación y apropiación, no tiene en absoluto el carácter de lo históricamente inevitable ni cae por fuera del control del ser humano y menos aún (creemos saber) no se sustenta en una metafísica, o al menos ya no mas desde que abandonamos (¿abandonamos?) el pensamiento mítico y mitológico.

Por otro lado, la noción de barbarie tampoco satisfacía mis expectativas. La barbarie remite al comportamiento bárbaro, incivilizado, poco desarrollado y puramente natural; es decir, a un tipo específico de comportamiento concebido por fuera del comportamiento “civilizado”. Y si bien tendríamos que cuestionar qué debe entenderse por civilización y barbarie (ese espantoso nudo ideológico que hasta el día de hoy continúa legitimando el genocidio, el exterminio y la violencia sobre sectores sociales colocados arbitrariamente en el segundo de los polos), cierto es que, más allá de tal cuestionamiento, los seis perpetradores del aberrante ataque sexual de esta semana resultaban personas “civilizados”, es decir, fluían con regularidad por la sociedad y sus instituciones; tenían familia, trabajo, derechos y obligaciones como todos los demás ciudadanos: no estaban por fuera de lo social. Pues bien, entonces no se trataba de bárbaros ni estaban por fuera de la jurídico y legal.

Así, por eliminación, el análisis previo me condujo a elegir el concepto de horror: lo que ocurrió fue horroroso, y el horror es absoluto, se condensa sobre sí mismo, fisurando el tejido del contexto, reconcentrando sufrimiento a la manera en la que un agujero negro hace lo mismo en el universo absorbiendo sobre sí, hacia su interioridad, una cantidad de materia insoportablemente infinita: el horror devora, arranca, absorbe, no tiene fondo, es como un agujero negro, una herida oscura, una huella que duele desde su activa oquedad.

De este modo, el horror acontece, se expresa, abre su propio lugar de manifestación y acción destructiva, y lo hace diariamente frente a nuestros ojos, de manera inmediata, (por eso mismo, además, siempre es obsceno, pornográfico), caótica y dentro del marco jurídico-legal de lo social; en otros términos, convive con nosotros de manera avalada, “habilitada” por omisión e inacción institucional.

Más aún, y apostemos fuerte con esto, el horror no sólo no es barbárico ni trágico sino que incluso es el efecto mismo de nuestras formas de socialización: es el resultado esperado de lo que Occidente logró fraguar para sí mismo a lo largo de su propia historia. Por ello es que, lamentablemente, lo naturalizamos, lo permitimos; lo gozamos ideológicamente, como señala Zizek, y estéticamente, como lo mostró Walter Bejamin cuando se refirió al horror del fascismo de los años 30´.

En este punto, dígase, la repugnante violación de la mujer en Palermo (pues el horror no se debe entender conceptualmente, sino únicamente por la sensación de rechazo corporal que ocasiona) no fue sino una expresión más, la más baja, la más aberrante, la más hiriente, de esta peculiar dialéctica que hemos pagado por existir en la así llamada “sociedad moderna”: la de que el “ser civilizados” se pague al precio de la reafirmación del horror, de nuestra indigna complicidad con él, de su completa inclusión y distribución al interior del tejido social. Sarmiento se equivocó: no era civilización y barbarie, era civilización y horror; o, mejor dicho, civilización del horror.

Pero hay algo aún más horroroso que la vejación sexual anclada indiscutiblemente en la violencia entre los géneros (pues, ¿alguien ve grupos organizados de mujeres violando a mansalva y coordinadamente a hombres por la calle?), algo mucho más bajo, ignominioso, ofensivo, vergonzante, casi perverso. Nos referimos, claro está, a los que buscan relativizar el horror y, al hacer esto, relativizar también el sufrimiento de aquellos que lo han experimentado. Y es que en eso reside precisamente el componente perverso del relativizador de estos asuntos, su goce oculto y degenerado, su oscuro deleite basado en intelectualizar aquello que para otros ha sido la herida carnal, la rotura y humillación del cuerpo.

Es por esto, porque no hace mas que intelectualizar y poner en ideas desde su cómodo lugar de “discutidor” aquello que para otros es el límite último del dolor, que el que relativiza el horror social (por ejemplo, una violación coordinada por hombres sobre el cuerpo de la mujer) es, asimismo, apático y, en algún punto, “inhumano”: no logra empatizar con el sufrimiento ajeno y si lo hace, entonces será con el sufrimiento “de los suyos”, de los de “su bando” y “su trinchera”. Pero si no se trata del “bando de los suyos” (bando por el cual siempre exige que se corten cabezas), entonces coloca el absoluto y cerrado significado del horror, su dimensión insoportable de ser como un angustiante agujero negro, en un segundo plano para ubicar en el primero al “debate de ideas”, la “argumentación”, la “explicación” o, como le llaman ahora, la “batalla cultural”.

Dan pena. Disfrazan de lucidez argumental (cosa, por cierto, siempre discutible pues en poquísimas ocasiones se los ve discutiendo con especialistas) lo que en verdad es la perversión y el sadismo de buscar “interpretar” o relativizar un horror que, en verdad, resulta imposible de ser “relativizado”, “explicado” o “interpretado”: el horror, nuevamente, es absoluto, es hueco, se come a sí mismo. Sin embargo, estos “relativizadores” de redes sociales y medios de prensa “interpretan” y “explican” por qué motivo el horror no es tan horroroso o por qué razón se relaciona con tal o cual discurso, idea o política que sería en última instancia “la verdadera causa” del problema. Y es que esta clase de personas, odiadores seriales, cínicos e hipócritas por antonomasia, además, siempre ven en sus explicaciones “intelectuales” (acerca de lo que para otros es puro padecer encarnado) un enemigo interno, una “ideologización” social de la que ellos (obvio) siempre están excluidos.

Una guerra entre dos bandos (derecha - izquierda, buenos - malos, conservadurismo - progresismo, mujeres - hombres) y, por supuesto, (y esta es su marca distintiva) una distorsión de los números. Claro, todos ya sabemos que estos sujetos apáticos y perversos que priorizan la relativización intelectualoide y lo que ellos denominan “batalla cultural” por sobre el hecho crudo brutalmente sencillo y macizo de la violación de una mujer, son los mismos, exactamente los mismos, que dicen “No fueron 30 mil”, como si fuese el número, la mera cifra, la pura cuantía, lo que disminuye la gravedad de un acontecimiento social horroroso, lo que lo explica o lo deja de explicar. Son los mismos que no comprenden que el terrorismo de Estado es terrorismo aunque los afectados por él sean 3, 500 o 30 mil.

Son los mismos que no comprenden, pues en el fondo no están tan formados e instruidos como lo suponen, que el debate fundamental sobre la violencia de género al interior de sociedades cualitativamente (y no cuantitativamente) machistas no pasa por cuántas mujeres y hombres van efectivamente a la guerra, o cuántos hombres se suicidan frente al número de mujeres. No entienden (o no quieren entender) nada de eso. Son incapaces, por ignorancia y brutalidad, de pensar en los términos en los que razonan hoy las ciencias sociales y disciplinas de humanidades de vanguardia; es decir, en los términos de cualidades, formas, atributos, funciones, estructuras, deconstrucciones, juegos del lenguaje, corporalidades, dimensiones simbólicas, etc.

Lo que estos sujetos privilegiados no comprenden es que Nietzsche se equivocó, que no todo admite una relativización, una interpretación o giro crítico. Que el sufrimiento de una persona violada en su cuerpo, en su deseo, en su voluntad, tiene su propio peso específico irreductible al concepto y el discurso y que, por lo tanto, no admite demasiadas consideraciones y análisis más que las buscan transformar las instituciones injustas y opresivas que lo causan al tiempo que, del lado de los efectos, es cortado de cuajo. Su condición de estar inmersos en un maniqueísmo ideológico anacrónico del que no pueden salir, pues son dualistas hasta la médula, inhibe a los “relativizadores”, “críticos” y “explicadores” de la “batalla cultural” de observar que en verdad son parte del problema; que, lamentablemente, si el agujero negro del horror se sostiene dentro de lo social no es sino porque encuentra en ellos un poderoso soporte reproductor. 

 

 

 

Nahuel Michalski es licenciado y profesor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en el área de la filosofía política y el análisis cultural a partir de temáticas atinentes a la metafísica del poder, la construcción de subjetividad colectiva y la relación entre discurso y realidad. Ha dedicado los últimos años a la tarea docente, la investigación de grado y la divulgación de la filosofía a través de múltiples plataformas digitales, espacios de encuentro y medios de prensa con el fin de hacer de dicha disciplina un campo público de participación y construcción de ideas.

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