martes 16 de abril de 2024

Emiliano Millamán, el futbolista barilochense que busca llegar a lo más alto

Jugó dos años y medio en Independiente de Avellaneda y hoy desplega su talento en Arsenal de Sarandí. “Mi objetivo es llegar a Primera y sé que con esfuerzo lo voy a conseguir”, señaló a ANB.

viernes 19 de octubre de 2018
Emiliano Millamán, el futbolista barilochense que busca llegar a lo más alto

Por Nicolás Malpede

Desde muy chiquito Emiliano Millamán tuvo la idea fija. “Voy a ser jugador de fútbol”, le respondía a cada uno que le preguntaba a qué le gustaría dedicarse cuando sea grande. Y lo afirmaba convencido, sin titubear. Tenía un sueño, un sueño que hoy está más vivo que nunca.

El joven de 17 años actualmente juega en la sexta división de Arsenal de Sarandí. Hace unos días llegó a Bariloche para pasar con su familia el Día de la Madre. En su casa de toda la vida, mantuvo con ANB una íntima y distendida charla.

Emi se crió en las 106 Viviendas, en pleno Alto de la ciudad. Allí empezó a patear sus primeras pelotas. A los cuatro años comenzó a jugar en Estudiantes Unidos. Lo llevó su papá Jorge, o “Coki”, como le dice la mayoría.

Jugaba en todos lados, en cualquier lugar donde se pudiera improvisar una cancha. En la calle, en un baldío, en donde sea. Siempre con la pelota a su lado. Llegaba a su casa embarrado de pies a cabeza, todo sucio, pero nada le importaba a su mamá Nancy, que lo recibía con los brazos abiertos y una amplia sonrisa.

A los diez años dejó Estudiantes y se fue a un club que en poco tiempo se transformaría en su segunda casa: Luna Park. Allí le brindaron una contención de esas que todo pibe necesita.

A los trece ya entrenaba con los equipos de la reserva y de la primera. Jugó desde pequeño en el mediocampo, de 5. Cuando paraba la pelota y se perfilaba para dársela a un compañero con esa zurda mágica cualquiera podía notar que ese muchachito no era uno más. Tenía un talento privilegiado, que con el correr del tiempo fue fortaleciendo, incorporando aspectos técnicos y tácticos.

“Yo amo a Luna Park. Cambiarme a esta institución fue lo mejor que pude haber hecho. En el club viví momentos inolvidables. Cada entrenador que tuve me marcó en gran medida. Hoy sigo teniendo relación con muchos de ellos y, por supuesto, con mis ex compañeros. Luna Park es prácticamente como mi familia”, señala Emiliano, sentado en una silla, y con la ansiedad de un nene que quiere mostrarle al mundo entero su juguete nuevo. Es que tiene mucho para contar.

En 2015, a los trece años el deportista participó de una prueba que realizó Independiente de Avellaneda en la cancha de Estudiantes. Lo preseleccionaron pero finalmente no quedó. Fue su primera frustración deportiva. Lejos de bajar los brazos, siguió adelante con su meta a flor de piel.

Semanas después, surgió una nueva oportunidad en El Bolsón. Cuando el hombre encargado de mirar a los chicos lo vio jugar no dudó en decirle que fuera a Buenos Aires con él, a probar suerte en algún equipo grande.

Con el bolso lleno de ilusiones, Emi partió hacia la gran ciudad. Se probó en Quilmes y le fue mal. “Estaba nervioso y la verdad es que jugué mal”, reconoce.

A los escasos días tuvo su revancha, nada más y nada menos que en Independiente. Fue en el enorme complejo deportivo del club, ubicado en Villa Domínico.

Estuvo probándose dos semanas. Vivió días intensos hasta que una mañana, después de un partido, sorpresivamente lo llamó para hablarle Jorge Griffa, entrenador a cargo de las divisiones inferiores de la institución de Avellaneda.

“Vas a tener unos días a prueba con el plantel titular de la novena para ver cómo te desenvolvés”. Las palabras del reconocido director técnico le hicieron temblar las piernas a Emi. “No lo podía creer. Me puse feliz”, recuerda el joven.

“Me probaron durante varios meses con los jugadores titulares hasta que un día el DT de la novena me dijo que había quedado, que era jugador del club. Fue algo hermoso. Ese momento me lo acuerdo como si hubiera pasado ayer. Se me estaba cumpliendo un objetivo por el que había luchado mucho. Lo primero que hice fue llamar por teléfono a mi mamá y a mi papá. Tenía una felicidad enorme y la quería compartir con ellos, quienes me bancaron y me siguen bancando para que yo esté donde esté”, relata Emiliano, y los ojos se le ponen brillosos.

Cuando el joven habla, “Coki” y Nancy lo escuchan atentamente. Se emocionan y hasta se les piantan varios lagrimones.

“Es duro tenerlo tan lejos, pero estamos contentos porque sabemos que él está intentando cumplir su sueño. Nosotros como familia nos mantenemos fuertes para apoyarlo sobre todo en las situaciones difíciles y tratar de darle una palabra de aliento”, dice Jorge, con la voz entrecortada ante tantos sentimientos encontrados.

En independiente jugó dos años y medio. Pasó por novena, octava y séptima división. “Fue una etapa muy buena. Traté de sacar lo mejor de cada técnico que me dirigió. Tuve la suerte de conocer jugadores históricos del club que me enseñaron muchísimo, como (Francisco) ‘Pancho’ Sá, el ‘Chivo’ (Ricardo) Pavoni, el ‘Mago’ (Sergio) Merlini, el ‘Japonés’ (Osvaldo) Pérez, y tantos otros”, destaca el futbolista, orgulloso.

“Todos me conocían y cuando jugaba bien me alentaban. Me decían: ‘¡bien Milla!’. Yo no podía creer que supieran de mí”, confiesa.

Todo iba bien, Emi jugaba cada día mejor. Incorporó a su vistoso juego gran agresividad en la marca, algo que los entrenadores le pedían. Se convirtió en un mediocampista súper completo, con buen pase y elogiable gambeta, pero también con una importante capacidad para quitar el balón.

“Tuve que empezar a meter y a meter, porque con el juego lindo solamente no me alcanzaba. Al principio me costó pero lo conseguí con trabajo y esfuerzo”, señala Emi, a quien casi todos en Buenos Aires lo llaman “Milla”.

En noviembre de 2017 sufrió otro fuerte golpe en su carrera. Lo dejaron libre. Fue un cimbronazo inesperado. “Ese fue mi mejor año. Yo sabía que estaba para jugar. Me sentía bien físicamente y con la pelota, pero sin embargo tuve que dejar la institución. La pasé mal. Se me cruzaron miles de cosas por la cabeza, pero jamás pensé en volverme a Bariloche”, dice el deportista, que tiene dos hermanos: Luciano y Micaela.  

En ese momento fue clave la ayuda del psicólogo de Independiente, Ariel Ruíz, quien lo apoyó y lo orientó para que entienda que su carrera no terminaba allí, que la vida seguía y que no debía caerse por nada del mundo.

Millamán tuvo la chance de quedar en Quilmes, pero decidió ir a una prueba a Arsenal. Ni bien lo vieron jugar, le dijeron que se quede en la entidad de Sarandí, donde actualmente se encuentra.

En la sexta división, el joven es una de las figuras del plantel. En el medio, bien de 5, se encarga de manejar el juego de su equipo.

Vive en una pensión de Bernal y entrena cada día con el objetivo claro, ese que ya tenía cuando apenas había aprendido a caminar: ser futbolista profesional.

“No nos sobra la plata, así que realmente es un gran esfuerzo el que hacemos para apoyarlo. Hemos realizado venta de sorrentinos para juntar dinero y poder ir a verlo. Se fue cuando era muy chico, sin tener un solo conocido en Buenos Aires, y la tuvo que pelear mucho. La sigue peleando y eso a nosotros nos pone muy orgullosos”, remarca Nancy.

“En los últimos años sufrí muchas caídas, pero de cada una de ellas salí fortalecido. Confío en mis condiciones. Sé que voy a llegar a jugar en Primera”, asegura Emi. Está claro, su sueño sigue intacto. (ANB)

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