viernes 3 de mayo de 2024

La historia de El Faro, la despensa de ramos generales de Bariloche

El comercio se mantuvo abierto por 60 años, y en el medio, hubo distintos dueños.

domingo 03 de junio de 2018
Fotos: Emiliano Rodríguez.

Por Claudia Olate

Allá por 1930 la historia de Bariloche era reciente, la ciudad diferente y prácticamente nada era como lo conocemos ahora, pero seguramente, muchos de quienes transcurrieron en las décadas posteriores, recuerdan, no sin nostalgia, algo de ese pueblo que supo ser.

La esquina de Gallardo y John O’Connor, tierra y con nada alrededor, era el lugar elegido en el que un italiano que llegó a la ciudad de los lagos, decidió poner un negocio de ramos generales. El comerciante murió ahogado y nadie reclamó sus propiedades. En ese momento, otro inmigrante, un polaco, tomó las riendas del negocio al que bautizó “Tome y Traiga”.

Los años siguieron y allá por la década del 50, Casimiro Galván, un gendarme que fue el primer encargado del Escuadrón 34, decidió apostar por el emprendimiento y junto a un amigo y colega, Francisco Rodríguez, compraron el comercio al que decidieron cambiarle el nombre que llevaría por 34 años: El Faro.

Ricardo Galván recuerda ahora, sus años en el negocio familiar con algo de nostalgia. “El Bariloche de antes era otra cosa”, dice con certeza mientras afuera de su casa nieva. Fue su padre el que empezó con ese proyecto que lo llevó a vivir rodeado de gente, conocer a paisanos de los rincones más escondidos de la Línea Sur y aprender los gajes del comercio.

El Faro llegó a tener mil clientes de cuenta corriente, o lo que se conocía como “la libretita”. Ricardo parece recordar los detalles de la historia del comercio con perfecta memoria. “A los pocos años de comprarlo, llega una señora de Italia que era la heredera del primer dueño, así que se tienen que hacer los trámites correspondientes y se lo vuelven a comprar a ella”, dice con un café en la mano.

“Era el típico almacén de ramos generales, con un palenque en la vereda, donde la gente que venía a caballo, dejaba su animal atado”. Además, sobre John O’Connor había una especie de fogón donde la gente solía quedarse cuando venían de lejos.

El hombre explica que en el lugar se vendía de todo: desde todos los víveres necesarios para vivir, hasta productos de ferretería. Por supuesto, forraje, productos de veterinaria y de bazar, no podían faltar.

“Bariloche era totalmente distinto. Vivíamos sin teléfono, era un lujo que muy poca gente tenía, no había otra manera de salir que no sea en tren, y los aviones eran algo impensado. Hasta la calefacción era otra cosa”, añora Ricardo con palabras que parecen simples recuerdos pero que encierran la nostalgia por algo que cambió.

Ricardo recuerda que comenzó a manejar desde muy chico y a los 14 años ya realizaba viajes en un camión hasta Villegas, donde buscaban leña que sería vendida luego en el comercio. “Fue una época hermosa e inolvidable”, dice con la vista perdida como intentando traer esos años al presente.

“Durante las décadas que existió El Faro hice prácticamente de todo: me faltó hacer de partera”, dice bromeando, pero aclara que había que estar dispuesto a realizar cualquier tarea. “Hasta fuimos casi funebreros, porque cuando moría algún paisano y había que llevarlo hasta el campo, cargábamos el cajón en el camión y para allá salíamos”, rememora.

El negocio además proveía a las escuelas de parajes rurales de la Línea Sur y alrededores. Cada determinados meses, generalmente a la entrada del invierno y luego del verano, se llevaban pedidos a distintos lugares alejados del pueblo. “La gente de campo se proveía bien y pasaba los meses de frío con eso”, explica.

“Con el tiempo armamos un circuito comercial. Le llevaba víveres a gente de la zona del Villegas, ellos me pagaban con leña y esa leña la cambiaba en Pilcaniyeu donde funcionaban los hornos de ladrillos y los cambiaba así”, cuenta y añade que de esa manera, ladrillo por ladrillo, construyeron lo que actualmente es el edificio de Gallardo casi John O’Connor.

El avance de los supermercados hizo que muchas despensas y mercados vieran su ocaso. No fue la excepción de El Faro. Lamentablemente, cada vez eran menos los clientes y más las deudas. Muchos además pagaban las compras en supermercados y a fin de mes, pedían fiado, lo que hizo que las cuentas no cerraran para la sociedad Rodríguez-Galván.

“Bajamos la persiana de un día para otro. Lo hablamos en la sobremesa, y lo decidimos medio a ojos cerrados, pero sino lo hacíamos, íbamos a fundirnos”, relata Ricardo. El detonante del cierre fue quizás, la pérdida de uno de los primeros clientes que tuvieron.

“Paco Echeverría era empleado del Cine Bariloche y cada mañana cuando se iba al trabajo, pasaba a dejar la bolsa colgada del picaportes del negocio. Cuando abríamos, le preparábamos el pedido y después pasaba a buscarla”, dice con la precisión de quien guarda los recuerdos como tesoros. Lamentablemente, un incendio se llevó la vida de su amigo y cliente y con eso, terminaron de afirmar la decisión de cerrar.

De El Faro quedaron sin embargo, innumerables recuerdos después de más de tres décadas de funcionar en una esquina más que conocida de la ciudad. Allí, cuando nada era como lo vemos hoy, había un ramos generales, conocido por todos, donde la gente conseguía un par de zapatos, alimento para los animales y comida para la casa. (ANB)

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