domingo 5 de mayo de 2024

El “Topo” Guajardo, una vida entre acordeones y cuerdas

Músico como pocos, nacido y criado en Bariloche, es uno de esos personajes de la ciudad que prácticamente, conocen todos.

sábado 02 de junio de 2018
El "Topo" además de músico, es empleado municipal hace 39 años.
Fotos: Emiliano Rodríguez.
Fotos: Emiliano Rodríguez.

Por Claudia Olate

Nació hace 55 años en Bariloche. Es de esos personajes que todos conocen, de vista, de nombre, de oído. Seguramente heredó la pasión por la música de su padre, que sin estudios de por medio, tocaba varios instrumentos. El “Topo” Guajardo es un músico como pocos, que dedicó su vida a los acordeones y, aunque no todos lo hayan visto empuñando una, también a la guitarra.

El apodo lo lleva desde chico, idea de uno de sus hermanos que lo denominó así por el “Topo” Gigio. Abre las puertas de su espacio preferido en el mundo y se puede saber enseguida porqué lo es: la cantidad de instrumentos es, casi, más grande que la habitación misma. Prevalecen los acordeones, de todo tamaño y estilo. Ese es su amor primero seguramente.

El Topo cuenta enseguida, como si hubiera sido ayer, que si bien Roberto, su padre, era músico, el aprendió a tocar en el coro de una iglesia evangélica. “Había un hombre que tenía una acordeón, pero nunca me voy a olvidar que no dejaba que lo vea tocar cuando yo quería aprender”, cuenta. Sin embargo, la curiosidad de niño pudo más y se las ingenió para ir antes de los ensayos, para aprender a tocar el instrumento.

Así empezaron los primeros pasos del hombre que hace casi cuatro décadas trabaja en la Municipalidad. Tuvo 15 hermanos, aunque cuatro ya partieron. La foto de uno de ellos, Eliseo, es parte de su rincón dedicado a la música. En su casa había solo una guitarra, pero eso no le impidió aprender a tocar prácticamente cualquier instrumento, “menos los de viento”, aclara, “porque me falta el aire”.

Quizás su camino más conocido empezó en 1987, en un programa de Radio Nacional que era conducido por Edgardo Lanfré y Gustavo Taborda. Allí iba con dos hermanos a tocar el acordeón y la guitarra en vivo. “En esos tiempos no había FM prácticamente, y la gente del campo escuchaba solo AM, así nos conocieron y empezaron a pedir nuestros temas de a poco”, recuerda.

“En esos momentos era furor el conjunto chamamecero Ivoti”, dice el “Topo” con un mate en la mano y añade entre risas que “cuando venían a tocar, capaz estaban una hora arriba del escenario y nosotros que les hacíamos de soporte, teníamos que estar cinco horas tocando”.

El conjunto, formado por Rubén Olavarría, Roberto, Fabián y Topo Guajardo, empezó así su camino en el ambiente campero. Tocaban en bailes, en fiestas gauchas, en reuniones. “Por eso me conocen por chamamecero”, afirma entre risas.

En su estudio se acumulan los acordeones. Las fue comprando de a poco, en los últimos años, porque cuando era chico, era un bien al que no podía acceder, y en sus años posteriores la adicción al juego le hizo perder muchas de sus pertenencias. Lejos de querer ocultarlo, el Topo lo cuenta con orgullo, porque pudo salir de ese problema, porque hoy cree que quizás contarlo pueda servir a otros, porque salió adelante y hoy es otra persona.

“Perdí todo. Llegué a estar en la calle sin nada, vendí hasta mis acordeones para timbear”, relata y enseguida se pregunta a sí mismo “¿Cuándo me imaginé en ese momento que iba a poder tener todo eso”, mientras señala sus bienes más preciados.

El Topo además de empleado municipal, afortunadamente da clases de música. Afortunadamente para los amantes de los instrumentos, porque comparte su talento sin resquemores ni mezquindades.

Ahora tiene 68 alumnos que varían entre los 5 años y los 75. El tiempo prácticamente no le alcanza, da clases hasta las 22 incluso los sábados. “Las clases son de una hora, viene uno, y cuando sale ya entra la otra persona”, cuenta y añade que muchas veces termina oficiando de psicólogo.

“La gente a veces necesita alguien que la escuche. Capaz viene alguien y nos quedamos una hora con las acordeones en la falda, conversando, hasta que llega la hora de irse y me dicen que se van felices porque se desahogaron, o alguien los escuchó”, asevera.

Dos hijas, un nieto y otro en camino, son parte del tesoro que guarda el Topo. Su hija mayor, que lo hará abuelo por segunda vez, no toca ningún instrumento, pero sí lo hace la menor de ellas, “toca el piano muy muy bien”, resalta.

El Topo se confía fanático de Antonio Tarrago Ros, tal es así que siempre esperó tener un hijo varón para bautizarlo igual que su ídolo, pero el destino quiso que sea padre de dos mujeres. “Cuando tuve un nieto ni le dije a mi hija porque me iba a sacar corriendo”, dice entre risas. Pero el Topo no se resignó. Tuvo un gato al que llamó Antonio, y cuando su mascota murió, “busqué otro y le puse igual”, añade con una carcajada. Más que su gato, es su fiel compañero de tardes entre música y mates.

“Yo creo que soy un loco de los instrumentos”, reflexiona el Topo como queriendo buscarle una explicación a la pasión que tiene desde chico, cuando se metía en los bares para ver tocar a algún músico. Loco o no, el Topo se ganó la admiración de gran parte de la ciudad por su devoción al acordeón, por su talento, por el buen humor constante. “Tengo todo para ser feliz, yo vivo de lo que me apasiona, disfruto cada momento, cada clase, cada vez que agarro un instrumento, ¿por qué me voy a quejar?”, finaliza. (ANB)

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