jueves 25 de abril de 2024

La escalada del dólar y la canilla de reservas difícil de cerrar

Una columna de economía sobre la suba del dólar.

domingo 06 de mayo de 2018
Imagen ilustrativa.

Por Nicolas Pacheco (*)

Desde principios del 2018 el precio de la moneda estadounidense comenzó a perder estabilidad a raíz de la decisión del Central de modificar las metas inflacionarias, acto tomado por los inversores locales y extranjeros como una intervención innecesaria del Ministerio de Finanzas Públicas sobre un organismo que, desde el cambio de gobierno de 2015, se jactó de ser independiente del ejecutivo.

Pero en las últimas horas hemos sido testigos de una presión devaluatoria como no se la veía desde hacía tiempo, en medio de un gobierno que, se suponía, llegaba para traerle tranquilidad a los mercados de la mano de cuantiosas inversiones. En tan solo una semana la moneda estadounidense ha aumentado su precio un 11% de $20,55 a $23.

 Desde la versión oficial, este hecho se adjudica principalmente a dos factores: el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos que pegó muy fuerte en el valor de todas las monedas de la región y encareció el acceso a dólares, y a la aplicación del impuesto a la renta financiera sobre las LEBACs, herramienta favorita de Federico Sturzenegger en cuanto a combate contra la inflación. A su vez, Mauricio Macri salió a respaldar al presidente de la entidad monetaria, así como también el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, señaló que “la volatilidad [del dólar] no nos tiene que asustar”.

Sin embargo, resulta por lo menos curioso revisar algunos datos que dan a pensar que el escenario podría no ser tan benévolo en un futuro próximo.

Mientras que a principios de 2008 la base monetaria y las letras del Banco Central representaban algo más de 3 veces las reservas internacionales, para 2015 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner había logrado llevar esta cifra a 37; es decir que por cada dólar que había en las arcas del central, se emitían 25 pesos en moneda y 12 pesos en lebacs.

Fue entonces que el equipo económico de Cambiemos liderado en un primer tiempo por Alfonso Prat-Gay (Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas) y luego por Surzenegger (Banco Central), apuntó a la emisión monetaria como el principal enemigo en la lucha contra la inflación.

El programa de metas de inflación se presentaba como una solución que llevaría, en cinco años, el aumento de los precios a un dígito y terminaría con los parches impuestos por el kirchnerismo (cepo cambiario, controles de precios), abriendo paso a la Argentina hacia los mercados internacionales.

 Con las ya conocidas Lebacs a una tasa inicial de 38% anual se logró contener el valor del dólar -luego de una devaluación del 50% con el fin del cepo cambiario y la liberalización del mercado cambiario- en alrededor de 15 pesos. A pesar de ello, los precios siguieron subiendo de la mano principalmente del aumento de tarifas de servicios públicos. Pronto el atraso cambiario empezó a hacerse notar, al mismo tiempo que la presión de Dujovne (Hacienda) para limitar la reducción del gasto y no caer en recesión se hacía más fuerte.

 El juego entonces entre déficit fiscal y altas tasas de interés generaron un stock de Lebacs que supera la base monetaria; al 24 de abril se registraban más de 1.23 Billones de pesos en dicho activo. Esto, recordemos, no es más que dinero que el Banco Central se compromete a devolver, más una tasa de 26,30% (al 24/04). En el supuesto de que se generara una corrida masiva contra las Letras del central, este debería más que duplicar la oferta monetaria, lo que podría incluso devenir en una hiperinflación.

 Bajo este contexto fue que a partir de la última semana de abril la cotización de la moneda extranjera comenzó a sufrir fluctuaciones en todas las principales economías emergentes del mundo y de la región a causa de la suba de tasas de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED). El cambio de portafolios de los inversionistas que se deshicieron de Lebacs para volcarse al dólar golpeó fuerte sobre la entidad monetaria que tuvo que emitir pesos para pagar sus propios títulos y, a su vez, vender reservas para contener el mercado cambiario. En las últimas horas la divisa estadounidense sobrepasó los $21 y la situación se retroalimentó durante toda la jornada del 3 de mayo, finalizando la rueda de negocios con una devaluación de más del 10% y una pérdida estimada de reservas en el orden de los USD 450 millones.

 La pregunta que muchos se hacen sobre cómo va a seguir la situación es aún un gran debate entre los referentes económicos de los principales bloques políticos del país. El Banco Central enfrenta una crisis en la confianza de capitales financieros difícil de controlar; si bien la dolarización de las carteras de los inversores está muy vinculada a las políticas de la FED, el impacto que esto tuvo sobre la moneda local fue causa principalmente de una gobierno que, a dos años y medio de haber asumido, aún no logra decidir si quiere reducir la inflación  a toda costa o ir por el gradualismo para evitar la retracción económica que afectaría a cambiemos en la carrera electoral en vista al 2019.

 Mauricio Macri confía plenamente en Federico Strurzenegger para combatir la suba de precios desde la política monetaria. Sin embargo, el uso de las Letras del Banco Central como herramienta de absorción de pesos empieza a mostrar su debilitamiento debido al sideral aumento de la deuda y la exposición a las fluctuaciones de los mercados externos que esta implica, sumado además a los escasos resultados en la baja de los precios que parecerían no ceder como el gobierno esperaba.

 Quizá sea entonces momento de empezar a considerar también los factores estructurales detrás de un fenómeno inflacionario que se ha convertido en norma general de la economía argentina a lo largo de toda la historia nacional, exceptuando la convertibilidad que dejó al país hundido en la recesión con una desocupación del 25%.

 Una matriz productiva descapitalizada, el bajo valor de las exportaciones agropecuarias en un mundo manufacturero, un gasto público imposible de reducir por el impacto social que ello implica, y un estrangulamiento constante en la balanza comercial cada vez que se intenta industrializar, serán tal vez en algún momento ejes de una discusión integral sobre el desarrollo sustentable de una Argentina que crezca sin inflación. Mientras tanto deberemos conformarnos con soluciones monetaristas (Tasa de interés) o paternalistas (controles de precios) que seguirán enfocándose en el corto plazo con tendencias a fracasar cada 10 años, pateando nuevamente para adelante, la discusión de fondo que realmente se necesita para la puesta en marcha de la Argentina que podemos ser.

(*) Estudiante de Economía en la Universidad de Buenos Aires. 

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