viernes 29 de marzo de 2024

El amor a sí mismo (parte III)

Egoísmo, narcisismo y la autoestima.

domingo 29 de mayo de 2016
El amor a sí mismo (parte III)

¿Egoísmo o derecho?

¿Amarme a mí mismo? en los años de facultad, cursando psicología, no se hacía referencia a esta cosa melosa y poco académica de “amarse”. Si en cambio, se hacía alusión al “narcisismo”, que es una conducta basada en el mito de Narciso, que  si bien cumple su función en el desarrollo evolutivo de todo sujeto “normal”, en general es connotada como patológica. Si buscamos la definición de  narcisista dice que es una persona que sobre-estima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación, algo que también se asocia a la vanidad, al egoísmo, egocentrismo.

Tampoco era común que se estudiara sobre la “autoestima”. Sin embargo, al tiempo que empecé a trabajar como psicólogo en el Hospital atendiendo, pude observar que la gran mayoría de los pacientes, más allá de su diagnóstico, padecían de baja autoestima, o sea, no se priorizaban, se criticaban a sí mismo de tal manera que se desvalorizaban, se deprimían por sus pensamientos negativos, se llenaban de ansiedad por sentirse que no eran o lo suficientemente buenos o capaces, o lindos.  Se sentían inadecuados, culpables, no se permitían el placer, el descanso, adoptaban una mirada pesimista de la vida, se tornaban irritables, tristes, con dificultades para tomar decisiones y se quejaban que nadie podía quererlos tal cual eran. Y muchas de estás personas toleraban que otros las maltratasen y se aprovecharan de ellas, y confundían amor con dependencia, y preferían hacer lo que deben en vez de lo que realmente querían. Y también me sorprendió que las personas que atendía con un claro cuadro de narcisismo, estructuralmente eran personas que también sufrían de baja autoestima, su narcisismo era solo una gran máscara de su inseguridad interior. Ninguna de estas personas pensaba en sus derechos, en que se merecían ser felices.

Una de las cosas más importante que descubrí, es que yo mismo padecí en toda mi infancia y adolescencia de baja autoestima, y que esa era una de las causas de mi bajo rendimiento escolar,  mis dificultades de relación y varios síntomas somáticos. Entendí a partir de mi propio proceso terapéutico, de mi trabajo interior, que mi ansiedad continua se relacionaba con mi inseguridad, con mi auto-rechazo, y a esto le sumaba  mi tendencia a la intelectualización, que en general funcionaba como mecanismo defensivo ante el temor a mis emociones, el temor a ser rechazado.

Mi paso por el colegio católico, en nada sumo ni favoreció mi autoestima. A los religiosos solo les interesaba que los alumnos-corderos adoptemos los preceptos de la iglesia sin discusión, y que si uno era “bueno” y cumplía con todo lo que ellos decían, no solo iríamos al “cielo”, sino que recién allí seríamos  felices. Mientras tanto, debíamos seguir sufriendo y aguantando la cruz que a cada uno le toca, más los sermones por pecadores. Claro que esa idea no me convenció, además, aunque juro que me esforcé (y recé mucho),  nunca pude ser “bueno”, ni evitar la masturbación, por lo tanto la culpa, la vergüenza y el miedo al castigo de Dios, no aumentó ni un milímetro mi autoestima, sí la enterró algunos metros.  Mi ateísmo fue la reacción saludable ante tanta opresión. Hasta que descubrí mucho después que no todos los curas piensan igual.  El Padre Ignacio Larrañaga dice en su libro “Del sufrimiento a la Paz”:- ¿Quieres ayudar? Ayúdate primero. Sólo son fuentes de paz quienes están en paz  consigo mismo. Los resentidos siembran violencia. Los que no se aceptan no pueden aceptar a los demás. Es tiempo perdido y utopía pura pretender dar a tus semejantes lo que tú no tienes. Debes empezar por ti mismo. Amarás realmente al prójimo en la medida en que aceptes y ames serenamente tu persona y tu pasado. “Amarás al prójimo como a ti mismo”, pero no perderás de vista que la medida que eres “tú mismo”. Para ser útil a otros, el importante eres tú mismo. Sé feliz tú, y tus hermanos se llenaran de alegría.- Esto me pareció de una lógica psicológica y espiritual formidable, una declaración de autoestima. 

También encontré cosas positivas en otras religiones como el Budismo, por ejemplo el Dalai Lama en su libro el “Arte de la Felicidad” afirma: «El propósito de nuestra existencia es buscar la felicidad.» Ante esto su entrevistador le pregunta: -Pero ¿acaso una vida basada en la búsqueda de la felicidad personal no es, por naturaleza, egoísta e incluso poco juiciosa?- Ante esto el Dalai Lama contesta: - No. De hecho, muchas investigaciones han demostrado que son las personas desdichadas las que tienden a estar más centradas en sí mismas; son a menudo retraídas, melancólicas e incluso propensas a la enemistad. Las personas felices, por el contrario, son generalmente más sociables, flexibles y creativas, más capaces de tolerar las frustraciones cotidianas y, lo que es más importante, son más cariñosas y compasivas que las personas desdichadas. Los investigadores han realizado algunos experimentos interesantes que demuestran que las personas felices poseen una voluntad de acercamiento y ayuda con respecto a los demás.-   

Erich Fromm fue un psicólogo que se ocupó del tema del “amor a sí mismo”, y también percibió que existía tanto en la literatura psicológica como en algunos religiosos, un pre-concepto de que “el amor a sí mismo es malo y que la generosidad es virtuosa”. Y que por lo tanto hay una contradicción básica en­tre el amor a sí mismo y el amor a los demás. Téngase en cuenta que esto fue publicado en 1956, y aun hoy en día se sigue manteniendo esta confusión.  Dice Fromm: - El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser. En todo indi­viduo capaz de amar a los demás se encontrará una actitud de amor a sí mismo. De ello se deduce que mi propia persona debe ser un objeto de mi amor al igual que lo es otra persona. La afirmación de la vida, felicidad, crecimiento y libertad propios, está arraigada en la propia capacidad de amar, esto es, en el cuidado, el res­peto, la responsabilidad y el conocimiento. Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se ama a sí mismo; si sólo ama a los demás, no puede amar en absoluto. La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés en las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma; juzga a todos según su utilidad; es básicamente incapaz de amar. Parece preocu­parse demasiado por sí mismo, pero, en realidad, sólo realiza un fracasado intento de disimular y compensar su incapacidad de cuidar de su verdadero ser.-

El amor a sí mismo es un derecho que comienza por conocerse, saber que tenemos patrones de conductas, que no nos permiten saber quiénes somos en realidad, qué es lo que queremos para nuestra vida. Estamos inmersos en una gran cantidad de mandatos sociales y hábitos dañinos, pero que están automatizados,  justificados por una sociedad que promueve un Deber ser, y un Tener y Tener para ser feliz, sabiendo que el que busca Tener, nunca tiene lo suficiente entonces vive deseando, termina siendo un consumidor nato, porque es un infeliz nato, y la industria chocha. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, plantea que en la actualidad vivimos en una modernidad líquida en donde la personalidad de una persona, es semejante a una costra volcánica que se endurece, vuelve a fundirse y cambia constantemente de forma. El autor plantea que las identidades de las personas  parecen estables desde un punto de vista externo, pero que al ser miradas con detenimiento, es fácil observar la fragilidad y el desgarro constante. Será  así entonces que vivimos con una “autoestima líquida” (frágil como un cristal), que solo se sostiene desde el exterior, desde la imagen, desde lo que la persona pueda comprar, o controlar el mayor tiempo posible.  

La autoestima adecuada, requiere un dejar de auto-engañarnos y vernos como realmente somos y en que nos hemos convertido, y cuanto poder personal hemos cedido. Amarme a mí mismo es empezar a tomarme en serio, es dejar las excusas de lado, dejar de  culpar al resto y a mí mismo, para verme. Se requiere de coraje para dejar de depender de la mirada de los demás y vivir con las propias reglas. Cuando todo se derrumba y dejamos de querer ser “buenas personas”, desistimos de ocultar nuestros dolores y renunciamos a todo el control que teníamos, ahí  es cuando empezamos el proceso de desapego, empezamos a soltar, soltar todo lo que no es auténtico en nosotros, todo lo que nos vendieron que nos hacía falta para mejorarnos, pero que no es verdad, no necesitamos aditamentos para Ser. El amor a sí mismo sobreviene, cuando me tengo paciencia en este proceso, dejo de presionarme y criticarme, acepto desde mi actitud soberbia, hasta mi victimismo y maltrato. En muchos aspectos somos como una oruga, ciega, poco estética y arrastrándonos por la tierra, pero debemos saber que hemos de convertirnos en una hermosa mariposa de colores, que puede sentir la libertad de volar y Ser, y aunque no lo seamos todavía, poseemos ese potencial. Amarse a sí mismo es un proceso de transformación, que requiere “darse permiso”, saber que somos merecedores de lo mejor que la vida tiene para ofrecernos, que no estoy en esta vida para satisfacer las expectativas de nadie, que puedo y necesito probar actitudes, conductas nuevas, y permitirme equivocarme.   Dice la escritora Marianne Williamson: “Nuestro miedo más hondo no es ser inadecuado. Nuestro miedo más hondo es ser poderoso sin medidas. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.   Cuando le permitimos a nuestra propia luz brillar, inconscientemente les damos a permiso a  otros para hacer lo mismo. Cuando nos liberamos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a otros".

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